Prisioneros

En mi etapa como alumno de una escuela militar dormí algunas noches en el calabozo, castigado por tenencia de libros no autorizados. Es decir, en las escuelas y academias militares, hasta mucho después de haber muerto Franco, no se podían tener libros de tipo alguno excepto los castrenses. Además, aunque tuvieras 16 años, hacías guardias nocturnas en garitas con un CETME entre las manos, cargado con todos sus perejiles, pero, sin embargo, no podías votar hasta los 21 años.

Incongruencias de los regímenes totalitarios.

Aunque, no se equivoquen, saben lo que hacen y muy bien: a los niños se les lava mejor el cerebro y si, se educan desde edades tempranas, se obtendrá de ellos excelentes soldados. Esto puede doler, pero es así. Lo he vivido en carne propia.

En mi caso, si no me llevó el vendaval académico -militar- entonces, fue porque, como me dijeran después muchas veces en un breve recorrido que hice por la política, siempre fui un indisciplinado. Pero no es cierto, lo que ocurre es que no me pliego a consignas que no estén asentadas en la razón y en el sentido común, y eso, no gusta en los regímenes muy jerarquizados.

He estado en calabozos militares, decía, pero sólo he entrado una vez en una prisión y fue para hacer una lectura de algunos textos míos.

Desde entonces sé que una cárcel es un oasis de hormigón instalado en un arrabal del mundo. Un lugar en donde se esconden a las personas para que no sean vistas por un tiempo o para que no molesten. Allí, la gente no está ni en el cielo ni en el infierno, está en el limbo del extrañamiento. En el no ser.

También aprendí que la cárcel, en el mayor de los casos, ni redime ni educa ni sirve para readaptación social alguna. Es sólo un lugar en donde sustraer de la vista a ciertas personas catalogadas en un código. Una cárcel es un basural en donde escondemos temporalmente a los que no deseamos en nuestras casas o en nuestras calles, y que no hemos sabido educar en sociedad.

Pues bien, guste o no, todas y cada una de las personas encarceladas suponen una falla en el mismo sistema que las encarcela, porque, erró en educación, en sentar normas básicas de convivencia y entendimiento entre los diferentes estratos sociales, en la lucha contra la exclusión, en superar la pobreza de zonas marginales, en romper de una vez las desigualdades de género, de religión, de edad… en impedir el enriquecimiento ilícito, en tributar en función de lo que se posee, en fin, falló. Fracasó el sistema social y, con esos mimbres, sólo se pueden hacerse este tipo de espuertas.

No deseo hablar -al menos hoy-, de la necesidad o no de estas estructuras que controlan a una población privada de libertad por aquellos que tienen la autoridad para hacerlo: es decir, la capacidad legítima de reprimir a la ciudadanía, que no discuto por supuesto.

Mundo dentro del mundo, sueño dentro del sueño, una cárcel es también un lugar en donde la ausencia es mucho más patente, la memoria castiga porque el pretérito es el presente -el que nos trajo aquí-, y la incertidumbre es la cuerda floja por donde camina el porvenir -ese siempre incierto ideal-.

Pero, quería poner este ejemplo extremo, la privación absoluta de libertad, para decir que, incluso en la cárcel, se puede ser libre, que nadie lo dude. Y también, que se puede ser libre y ser esclavo de un sistema sin que nos demos cuenta.

Esta cárcel última, es la que nos secuestra las ideas, la libertad de pensamiento, la capacidad para expresarnos, para abortar, para protestar contra lo que no estamos de acuerdo…

El gobierno de este país está tomando algunas medidas escudados en los de siempre (el clero y la banca), que nos retrotraen cien años en el tiempo. Que no es poco. Y esto es gravísimo. Y no, no. No deberíamos consentirle tales desafueros. La calle está pidiendo a gritos que salgamos a por nuestros derechos.