Ni trabajar para vivir, ni vivir para trabajar

Siempre recuerdo con muchísimo cariño los Carnavales de Cádiz de 1993, aquel año en el que Los Borrachos del Selu ganaron el primer premio del Teatro Falla y dominaron mi walkman – porque sí, lo confieso, he tenido un walkman-. Por aquellos años, no estoy muy segura cuál, un cuarteto del que ahora no recuerdo su nombre -ya veis que usar walkman afecta a la memoria- representó una escena cómica que se me quedó grabada y cuyo contenido, el paro, sigue estando desgraciadamente en plena vigencia.

La situación que proponían era algo así: un señor en actitud de pocas ganas de nada, sentado en una silla de playa, leía en voz alta en el periódico un titular parecido a éste: El Gobierno va a crear 30.000 puestos de trabajo… Después de la requerida pausa teatral, el señor decía con tono de resignación: verás, ¿a que me toca a mí?

Estas actitudes que parodiaban con mucha gracia las consecuencias de la cultura de la subvención, eran una realidad dramática a principios de aquella década de los noventa en la que aún ni olíamos la crisis que todavía vivimos. Lo peor es que esas actitudes y otras parecidas siguen existiendo hoy en día. Y son conductas que emanan de las creencias colectivas.

Como siempre, no me quiero centrar en lo negativo. No voy a hablar de los que todavía siguen pensando que el trabajo viene a buscarte, te lo tienen que dar las administraciones públicas o que buscarlo se trata de repartir currículos. No quiero pararme en la actitud de las personas que se resignan, que trabajan gratis porque “la cosa está muy mala”, o tiran sus precios al suelo en detrimento propio y del resto de profesionales de su sector.

Donde sí quiero centrarme es en lo positivo de todo esto, que lo hay, y en sintetizar lingüísticamente el secreto para los que sí quieren cambiar sus creencias y así sus vidas.

La situación de la economía y del mercado laboral está obligando a la sociedad a revisar y cambiar los modelos productivos y a eliminar las viejas creencias que traíamos de serie: trabajar es un castigo, el buen puesto de trabajo es para toda la vida; lo más importante es tener un buen sueldo; el mejor trabajador es el que más horas trabaja; a partir de los cincuenta es imposible encontrar un trabajo… Todo esto ya no es verdad. Y de hecho, quienes más rápido incorporen las nuevas creencias, mejor podrán adaptarse y alcanzar el éxito en la nueva situación. Porque ya no se trata ni de trabajar para vivir, ni mucho menos de vivir para trabajar. Se trata de conjugar los gerundios, y vivir trabajando o trabajar viviendo, que es lo mismo.

¿Cuál es el secreto para posicionarse bien en esta nueva realidad laboral? Y aquí viene la sintetización lingüística.

Las creencias condicionan nuestras conductas y las conductas que tenemos condicionan nuestras creencias, esto es un hecho psicológicamente demostrado. Así es que el secreto se deriva de asumir y ser coherentes con las nuevas creencias. Vamos a verlo.

El trabajo no es un castigo, por eso dedica un tiempo a pensar sobre ti mismo, a identificar qué se te da mejor, qué te gusta, a decidir qué quieres hacer, en qué quieres trabajar y hasta en dónde quieres hacerlo, y sé consecuente con ese deseo. Sabiendo lo que quieres es mucho más fácil saber en qué te debes preparar mejor, qué puertas tocar y qué propuestas hacer.

Un buen empleo no es para toda la vida, la empleabilidad sí. Así que no pongas tu objetivo en la duración de tu relación laboral con una empresa o un proyecto; el objetivo es estar aprendiendo y mejorando con la fortuna de la experiencia, especializándote en eso que quieres hacer y además se te da bien porque te gusta, y porque te has preparado. Eso garantizará tu empleabilidad en el tiempo.

El sueldo es importante, pero cuando ya es equilibrado y nos da para vivir se acaba su influencia positiva. A partir de ahí lo que realmente valoramos como trabajadores es sentir que importamos y aportamos, esto es, sentirnos satisfechos y reconocidos. Cada vez más empresas valoran y usan esta máxima de las teorías y técnicas de motivación laboral, y les resulta mucho más fácil con personas que trabajan en lo que han decidido que quieren trabajar, porque les gusta y se les da bien, y mantienen la actitud de estar aprendiendo.

El mejor trabajador no es el que echa más horas. La efectividad y la eficiencia no se miden en tiempo. Están directamente relacionadas con la motivación y el equilibrio de la vida personal del trabajador. Las empresas quieren trabajadores efectivos y eficientes, esto es un hecho, así que prefieren a los profesionales que han decidido lo que realmente quieren hacer porque les gusta y se les da bien, mantienen la actitud de estar aprendiendo y se sienten satisfechos con su vida.

A partir de los cincuenta no es imposible encontrar trabajo, porque aunque hay menos ofertas son de mayor calidad, más cada vez, ya que la experiencia es un valor al alza, especialmente para los que saben en qué quieren trabajar porque les gusta y se les da bien, mantienen la actitud de estar aprendiendo, se sienten satisfechos con su vida y tienen experiencia vital.

Y esto que se ha ido acumulando lingüísticamente en cada párrafo es el secreto: saber en qué quieres trabajar, porque te gusta y se te da bien, para que te permita mantener fácilmente la actitud de estar aprendiendo y sentirte satisfecho acumulando experiencia vital. Eso es trabajar viviendo, o vivir trabajando, que no es otra cosa que aplicar a tu empleabilidad la inteligencia emocional, que es la más efectiva de nuestras inteligencias.