Raquel Morales. Una grieta húmeda en sus mejillas. La vida
La vida es algo que está con nosotros como de prestado. Estamos tan acostumbrado a ella, a la vida, que parece como si no le diéramos importancia a su significado. Es ese motor que está ahí, que nos hace responder a los estímulos y crearlos, que nos hace contemplar la otra vida, la exterior, y nos hace soñar, reír, amar y ser amado.
Tan imperfecta, la vida, la nuestra, como nula es la defensa que hacemos de ella. Estamos porque estamos, en la vida. Sólo cuando llegamos a determinada fase de ella, de la vida, empezamos a pensarla, en la vida. O cuando nos roza en alguien cercano, próximo o amado, la no vida, nos aferramos a su contraria. La vida.
Raquel Morales es hermosa. Tiene cuarenta años pero aparenta aún menos. Sus ojos de un verde que cambia de tonalidad a placer del cielo, es una representación física y real de lo que la vida es. Es estrella, actividad, afán de superación, simpatía sin par, amor, positivismo. Ahora, detrás de la mesa, a mi lado la siento feliz y tranquila, pero me mira sabiendo lo que le voy a pedir. La vida. Su vida.
Y crece. Y su belleza exterior se equilibra a igual ritmo que la interior. Todo y todos tienen un perdón y un porqué justificable. La palabra Reproche se desprendió de su vocabulario al nacer. La vida. Incluso ahora recuerda aquella época de juventud como modélica. El ambiente sano, joven y respetuoso que reinaba entre sus amigos y por las pandillas que entonces se reunían por las orillas de la calle Piterilla no lo ve hoy. Ella y su grupo tenían su sede en El Submarino”. Y ese ambiente de respeto personal, de costumbres caballerescas de chavales que no permitían bajo ningún concepto que las dos hermanas marcharan solas a casa para estar a la hora prometida de las diez dela noche, como la canción de Serrat, es lo que echa de menos. La vida.
Conoció el amor verdadero con el padre de su hija y lograron mantener esa vela inestable de los sentimientos hasta los veinticuatro años. No hubo, ni hay reproches. Sólo alegría inmensa porque esa persona haya sido el padre de su hija y con la que mantiene una relación de amistad más que perfecta. Simplemente se apagó la vela del amor porque se apagó, sin buscar otro motivo o razón. Pero, Raquel se siente y considera fuerte y con tesón y estudia y trabaja. Acaba Turismo y conoce todos los trabajos del mundo, desde dependienta en comercios, a promocionar artículos, o eventos y congresos en Sevilla hasta trabaja en pescadería o carnicería. Le encanta aprender y adquirir experiencia y ello la enriquece y le sirve para fortalecer el concepto Humildad que caracteriza su vida. La vida. Pero quién se forja un carácter positivo de fuerza y de amor tiene en su poder las herramientas más poderosas para hacer frente a todos los estragos que contra la vida pone la vida.
A los veinte años la hoz de la tristeza de la otra no vida llama a su puerta en forma de cáncer de próstata en la persona de su padre, Tenía ochenta y cinco años, cuarenta más que su mujer, y fue una de las fuentes culturales de su desarrollo personal. Y es entonces cuando noto una primera grieta húmeda en su mejilla. Porque en Raquel el bien está en el amor a los demás, en darse a ellos, en la felicidad propia, próxima y ajena. Por ello, cuando a los veintinueve años le diagnosticaron un sarcoma en su tercer estadio sintió pena y dolor por los suyos, por su madre y hermana. Su hija no se enteró de nada hasta pasado unos años. Ella no está hecha para servir penas y si esta existe la calla. Un lunar en la espalda y un diagnóstico médico previo erróneo dio lugar a que “eso”se larvara en su cuerpo desde hacía seis años a su antojo y le explotara por dentro de la peor manera posible con la débil máscara de una ciática. Fueron muchos los que le hablaron de negligencia médica, de denuncias, de temas materiales que a sus oídos llegaban como música sórdida y hasta soez. ¿Qué me importa la culpa, el dolo, lo material ante la vida? A ella sólo le interesa vivir, por ella misma y por los suyos. Ese era su único problema; lo otro le era ajeno. La vida.
En menos de una semana entra en quirófano. Confía en el equipo oncológico y quirúrgico que la esperan en el pequeño quirófano del Hospital Juan Ramón Jiménez, casi hacinados. Han llegado dermatólogos de Alemania, Holanda y otros países atraídos por lo novedoso del cuadro médico que presenta. Este tipo de sarcoma suele aparecer en zonas exteriores del cuerpo como cara o labios, pero nunca tan cerca de un órgano vital y con un volumen tan extraordinario cual era los ocho y medio. No siente miedo, solo temor por los suyos. Sin decir palabras, con la vista turbia por la anestésia, le decía a los ojos que le miraban tras la mascarilla verde que ocultaba su boca que quería vivir, poder seguir siendo feliz en compañía de los suyos, de todos los suyos. De la vida. Siempre la vida.
Ese mes de mayo caía bochornoso en Huelva y seis largas horas duró la operación quirúrgica. Como suele ocurrir en estos casos de allí salió bien y pasó a planta casi enseguida. Pero Raquel quería vencer a todo, hasta a los efectos de la anestesia. Fortaleza de cuerpo y de espíritu. No valieron los consejos médicos de reposo absoluto pues día y medio después abandona las dependencias hospitalarias, Y en casa no guarda el reposo reclamado y comienza a llevar una vida normal atendiendo a su hija y a los tres hijos de su actual compañero sentimental. Y ante esta situación la vida le da fuerzas para no demostrar ante ellos, los niños, debilidad ni tristeza. Todo lo contrario, su estado anímico les hizo transmitir más amor, mas amistad y más complicidad. Y en silencio solo para ella y su madre, cuarenta sesiones de radioterapia de segundo grado, que les causaba diariamente diarreas, vómitos, dolores de cabeza y la pérdida de veinte kilos que la dejan su cuerpo en apenas cuarenta .
Lo que superaba con voluntad de hierro en esquilmadas fuerzas lo perdió en un segundo aviso del enemigo de la vida. La no vida. Un año después de silenciosa lucha y dolor mudo, su madre cae en manos del cáncer, de un maligno cáncer de mama. En esta ocasión, al mirarla, observo que otra grieta húmeda dibuja sus ojeras manando suave líquido sobre su mejilla y los risueños labios carnosos se retuercen en un gesto nervioso de dolor. A ella todo. Para ella todo lo que la vida quisiera castigarla, pero a su madre no. Levantó una vez más el nulo ánimo que conservaba y transmitió a su madre grandes cargas de fuerza, de buena sintonía y amor. Sabía que el cáncer de su madre era de suma gravedad y el único momento para derrumbarse lo dejaba a puertas cerradas en la cama de su cuarto. Durante tres meses de lucha por su madre no levantó cabeza. Cayó en un estado de ansiedad, insomnio y depresión que sus escaso cuarenta kilos a duras penas podían disimular. Pero lo consiguió. Su fuerza interior y exterior y el amor a su madre. a su compañera y amiga, hecha del mismo material que ella, lograron traspasar en perfecto estado y limpia las puertas de cristales del Juan Ramón Jimenez. La vida.
Todo esto me ha contado Raquel Morales desde el otro lado de la mesa de madera con la sonrisa siempre en los labios con ojos estrellados e irradiando en todo momento positivismo. Sin embargo, en dos ocasiones observé grietas húmedas y líquidas en sus mejillas. Nos levantamos y le tomo las manos. Es preciosa esta mujer con sus flequillos morenos acariciando su frente. Tiene las manos heladas, se las aprietos y vuelve a sonreír emanando amor. Ya tiene su alta médica después de diez años de lucha y solo por prevención realiza sus revisiones semestrales. Sabe que a vuelto a nacer y que la valoración que hace ahora de la vida es tan fuerte que no puede caer en la ignorancia de la misma. Tiene que dar todo lo bueno que por dentro posee a los demás. Y es mucho. La beso en su mejilla aún húmeda y le pregunto si tiene sueños. Me mira con esos ojos suyos de un verde que cambia al color del cielo y clavándolos en los míos, me dice que ya ella no tiene sueños, que sus sueños están realizados ya, que está, que vive. La vida.