Montse Neira. Una buena mujer
El Raval, Barcelona. Primeros años de los sesenta del siglo pasado. Atrás quedan las casonas palaciegas de las Ramblas a la altura del Liceu y las callejuelas que desembocan a ellas traen un olor a miseria y polvo, Calles estrechas saturadas de orines, excrementos y ropas tendidas en los balcones conforme uno va avanzado hacia el Barri del El Raval. Caras demacradas y niños mocosos descalzos salen de las casas de alquiler de habitaciones y servicios compartidos con gran patio común. Ojos agrios y barbas cerradas. Miradas hoscas, sin esperanzas, más que el subsistir diario. Cerca corre la avenida del Paral-lel y el Poble Sec. Triangulo urbano de trashumantes nacionales e internacionales, fugitivos de la miseria de la tierra, últimos vástagos de una guerra fraticída y de una política cainísta.
Un hombre sube pesadamente los tortuosos y angostos escalones descansando en cada tramo para echar un salivazo sobre losetas sin color. Murmura maldiciones y escupe alcohol barato en un aliento insoportable. Empuja la puerta de madera hinchada y corroída. Tres niñas han corrido despavoridas hasta sus camastros para taparse hasta las cabezas con la carcomida manta común. Intentan no respirar y fingen dormir. El hombre tropieza con una silla que cae al suelo y golpea la mesa enfurecido. La mujer se refriega las manos en el viejo delantal y le pone un vaso y una botella de vino a granel sobre la mesa. A duras penas el hombre se sienta e intenta llenar con manos temblorosas el vaso. Bebe, eructa y maldice a la mujer porque el vino está agrio. Las niñas saben que pronto oirán golpes y llantos y gritos maternos. Intentan no hacer ruido alguno porque en ello le va no ser molidas en su cuerpos huesudos e infantiles. Hoy parece que el hombre se da por satisfecho en su ira tras la paliza cotidiana a la madre. Siguen aguantando las respiraciones hasta que escuchan que en el catre cercano el hombre cae tendido y pronto empieza a roncar bruscamente. Hoy se han librado del roce salvaje de sus manos gallegas. No han comido, pero prefieren quedarse a sí, sin comer, antes de que cualquier ruido la delataran y despertara al beodo durmiente.
A los 17 años le ronda cada vez con más fuerza la idea de marcharse de casa como fuera. La mayoría de edad entonces se alcanzaba a los veintiún años y la única forma de conseguirla, la libertad, era casándose. El hijo de un Guardia Civil fallecido, conocido de la familia, con madre imperativa y general de su plaza y ejercito fueron sus siguientes destinos para estar casada, huir de su casa y seguir sin conocer la libertad. El matrimonio era tan ficticio como vago el marido e inhumana la suegra. Hasta el poco amor que hacían lo tenían que realizar en silencio por no molestar y herir a la madre. Aún así, pronto tuvieron un niño y ella un ultimatum. O buscaban una casa, una habitación en otro lugar o ella se marchaba de la casa. El marido decidió y ella marchó a la aventura de la soledad, con un hijo bajo un brazo, una maleta en el otro y un trabajo de 12 y 14 horas, sin más ayuda que una ciudad perdida.
Se encontró de nuevo con la temida soledad de frente y con el peligro se supervivencia como compañera. Buscó trabajo por distintos sitios, pero el nuevo mercado laboral que se abría en la nueva España de los ochenta y noventa era muy diferentes a los de su juventud. En unos le pedían el idioma catalán certificado, en otros estudios y hasta de limpiadora la rechazaban por sus trabajos anteriores como administrativas. El tiempo la sumió en la depresión y en la imposibildad de llevar un sustento para su casa, una comida para su hijo. Una mañana, como otras muchas anteriores, leyendo los anuncios de La Vanguardia vio un anuncio de una casa de relax que ofertaban hasta un millón de pesetas mensuales en la demanda de empleo de esta actividad. Se decía que ese dinero era demasiado, que qué tendría que hacer. Por un lado sus escrúpulos morales, por otro la realidad misera que la acompañaba. Se decía ingenuamente que, a lo mejor, si en lugar de ganar tanto, ganaba mucho menos se expondría también menos. Pura ingenuidad. Y aquí comienza la historia de Montse Neira. Y así la transcribo tal y como me la contó,
Evidentemente fue una época muy dura – me dice– Entré en aquél piso y el salón estaba lleno de clientes y chicas que entraban con su hombre en la habitaciones y el continuo trajin de entradas y salidas. La encargada le dijo que no se preocupara, que probara con algo fácil, como una felación, con el cliente que ella eligiera. Y probó. Y pronto entró en el circuito del sexo haciendo del mismo una profesión en la que intentaba sanear moral y estructuralmente sus atávicas raíces. Del precio del trabajo la casa se quedaba con el cincuenta por ciento,No era muy abusivo, se daban casos de que en algunas casas tenían que pagar la limpieza del cuarto y hasta los mismos profilácticos. El precio iba en relación al trabajo demandado del cliente. Conforme pasaba el tiempo, como buena prostituta, aprendió pronto de la psicología humana y clasificó a los clientes con una simple mirada. La mayoria de ellos iban buscando compañia, a algunos se les iba el tiempo sin haber fornicado o solicitado un servicio sexual. Pero, lógicamente, la mayoría satisfacía el impulso íntimo y comprobó la escasa preparación y cultural sexual de estos que se limitaban a las técnicas tipos y no más. También curiosidades hubieron, pero lo que más le alegra y lo dice con orgullo es que nunca tuvo una agresión sexual en su profesión.
Estuve en más de 60 pisos- continúa diciendo- entre pisos , locales de alternes, club nocturnos. Y en estos me surgió la figura del proxeneta. Este es un mundo real oscuro y peligroso. Se mueven grandes sumas de dineros y existen riegos multiples, Entonces no piensa en la figura del proxeneta como el clásico chulo. El proxeneta es un empresario del sexo que te representa y protege de tus derechos, que te asesora y se lleva su comisión. Te puedo decir que cuando dije que me iba a montar mi piso propio tuve muchas presiones al respecto para que no lo hiciera.
¿ Te fue fácil conseguir la financiación para ese piso o tenías dinero suficiente para comprarlo? Fue muy curioso, Miguel Ángel. Yo era una mujer de doble vida. Nadie, nadie conocía a qué me dedicaba. Ni vecinos, ni los pocos amigos o amigas que pudiera tener, ni mi propio hijo. Yo ganaba dinero y sistemáticamente me pagaba todos los meses una nómina sin faltar uno. El resto lo guardaba por si no quería trabajar durante una temporada o para cualquier extra especial. Como llevaba esa doble vida que te digo, pues no quería ir a mi banco y en todos los demás me pedían los mismos requisitos siempre: nóminas, avales. Total, que tuve que ir al mío, decirle la verdad y en dos día tenía el crédito para comprar mi casa. Por ahí y por otras cosa que ya te contaré fui tirando lastre de mi vida oculta, de Montse de tarde, o de día. De la Montse profesional. Tenía mi piso, mi lugar de trabajo. Sóla, independiente, sin que nadie fuera mi dueña. Por primera vez en mi vida una sensación de felicidad cruzó por mi corazón.
La sureña humedad nocturna empezaba a calarnos en silencio y decidimos resguardecernos en el interior de otra cafetería cercana. La tíbia luz del local, la ausencia de clientes y el gran escaparate donde podíamos abarcar toda la Gran Vía onubense nos hizo perder todo rastro de distancia. En el caso de que alguna vez la hubiéramos sentido
Parece relajada. Parece como si nos hubiéramos conocidos toda la vida. Se nota en su cara, en su sonrisa. incluso en el tono dulce de su voz. Hace algún que otro gesto juvenil. abandonándose a ella misma, y descubro a la mujer de verdad. A la compañera que a cualquier hombre le gustaría tener. Con ella no existen los tabúes y la sordidez de una vida sórdida que nunca eligió. No. Con ella, sin caretas, cuando ella surge, solo hay una mujer que enamora puerilmente.
Y eligió un trabajo de grupo para contarles a todos la verdad. Para decirle simple y llanamente que era prostituta. Fue liberarse del ayer, del hoy y del mañana a la vez. Sentirse libre y no tener miedo a enfrentarse a nada ni a nadie. Sin embargo, todo lo que en la facultad fue recibido entre aplausos y apoyos unánimes, quedaba decirle la verdad a su hijo. Tenía miedo a ello. Pero lo hizo. El chico la miró horrorizado y le dijo: “Mamá, eres una mala mujer“. Se tragó las salíbas y las lágrimas y el amor propio, y todo aquello que pudiera tragarse´Le explicó a su hijo en qué consistía su trabajo, que ella no era una manipuladora de hombres, sino una trabajadora decente y profesional de su cuerpo. Que con ello no le hacía daño a nadie y que incluso ayudaba a sus compañeras en llevar una situación laboral más humana desde todo los puntos de vistas. Sobre todo desde el sanitario, tanto para conseguir un trato especializado y personalizado con la administración sanitaria cuanto en lo personal en temas de higiene y uso profilácticos. Al final el chico comprendió y aceptó todo lo que le había contado, pero ella en silencio sentía el latir en su mente de aquellas palabras. Una mala mujer. Y nació su novela.