Manoli Zambrano. El arte clásico de la Flamenca para todas las edades.
Dentro de pocos días, concretamente el próximo 29 de febrero, curiosamente bisiesto, la diseñadora onubense Manoli Zambrano abrirá las puertas de su nuevo Taller-Exposición para todos sus amigos y clientas en la céntrica calle Béjar, 10, de la capital onubense.
Atrás quedan muchos años de trabajo y sacrificios, muchos sueños e ilusiones volcados en la pasión de su vida, la costura, y algún que otro revés personal, que han significado una parada en su capacidad productiva y creadora. Pero esta mujer pronta a cumplir los sesenta años, es fuerte y su sensibilidad está por encima de los altibajos anímicos y personales. Cuenta con la ayuda de sus hijos y con el apoyo de sus muchas clientas que esperan de ella sus más bonitos volantes. Esta es la historia de una mujer que siempre amó la costura.
Por aquél entonces, Manoli Zambrano compagina el trabajo en la empresa familiar con un aprendizaje más formal de la costura. Las clientas de “Madolores” se convierten en suyas y muchas amigas entran a formar parte de la nómina de sus trabajos. Y su buen hacer y su constante profesionalidad, unido a la fama que le giran sus clientas, el número de éstas crece día a día. No trabaja entonces la flamenca; sus corte eran actuales, de calle o fiesta. El trabajo se le acumula y su taller doméstico se le hace pequeños. Sus dos hijos se van haciendo mayores y entiende que es el momento de montar y abrir su propia tienda. Estudia el mercado y sus posibilidades y allá por la década de los ochenta en la barriada de Santa Marta, recién construida al ya populoso barrio de La Orden, de vecinos jóvenes y activos, se decide a montar en la calle Artesanos su primer negocio profesional Esta tienda tenía más un contenido de bazar que de comercio especializado. Allí ofertaba de todo, trajes, vestidos, bolsos y demás complementos, pinturas y sigue haciendo trajes a fabricantes.
El traje flamenco llega a ella por casualidad, como un complemento, pero cuando lo descubre la embriaga, la seduce, se enamora perdidamente de él. Y digo por casualidad porque así fue. Puso de temporada estos trajes y el éxito fue descomunal. Descubrió en él su camino. De tal manera que dejó de hacer trajes o vestidos de pret a porter. Sus ojos, sus manos, sus sueños y su imaginación sólo y únicamente querían desarrollar el arte de la moda flamenca.. La moda de calle la deja vacía; los volantes, la voluptuosidad de la flamenca es lo que le llena. Ante esta situación se piensa acercar su tienda y taller al centro urbano y monta un nuevo negocio en la Plaza de La Merced, exactamente donde hoy está el Bar Jeromo, y le puso de nombre comercial “Aromas del Rocío”. Su clientela fue in crescendo en paralelo a su fama como diseñadora y, sobre todo de modista. Cuestión esta importante a la hora de valorar la calidad del traje. Los remates, el acabado, las costuras todo están realizadas de forma minuciosa y artesanal. Odia la creación en serie. Cada traje es un hijo y como tal debe darle un tratamiento diferenciador y personal.
Pero tras cuatro años de silencio Manoli Zambrano vuelve con aires renovados y con más fuerza si cabe. Durante todo éste espacio de tiempo su cabeza no ha parado de crear, de mezclar calladamente telas y colores, mangas y volantes. Sus manos se han movido al aire con dedales y carretes de hilos multicolores componiendo las mas bellas melodías del diseño flamenco. Ella sabe que ha crecido en todo, que se exige mucho más si cabe en la terminación del vestido o traje. Ya ha dejado de ser una máquina impersonal de producción para personalizar su obra. A ella le inspira la tela. Habla con el traje y cuando éste no le convence lo cuelga y cuando lo ve dialoga con él hasta que entre los dos, traje y diseñadora acuerdan y encuentran la fórmula mágica para hacerlo único y exclusivo. Ella, Manoli, por ello, rehuye de la modelo al uso de talla 36 y elabora trajes para todas las mujeres con independencia de su tallaje y de su edad. Recoge sus ideas y las traduce a su forma de vestir a la cliente.