viernes. 29.03.2024
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Doñana sigue escribiendo nuestro pasado como especie

Las huellas encontradas en la costa almonteña datan de 106.000 años atrás y han resultado cruciales para conocer más en profundidad la vida de los homínidos, así como su fauna silvestre compuesta por elefantes, jabalíes y uros gigantes.
Doñana sigue escribiendo nuestro pasado como especie

Doñana sigue revelando las huellas de nuestro pasado como especie. Un nuevo estudio publicado en la revista Scientific Reports, da cuenta de los datos tatuados sobre las huellas fosilizadas que se descubrieron en la zona del Asperillo en la costa de Matalascañas (Almonte), colindando al Parque Natural.

Gracias a estos fósiles hoy es posible reconstruir la pista de los neandertales en su paso por las tierras onubenses, así como escudriñar las especies que junto a ellos vivían hace 106.000 años atrás. Precisamente en estos fósiles se han hallado elefantes de colmillos rectos, lobos, ciervos, jabalíes y uros, nombre bajo el que se denomina los antecesores salvajes de los bovinos domésticos que alcanzaba hasta los dos metros de altura.

Hoy también se ha hecho público un trabajo liderado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que señala que los neandertales capturaban durante la noche para su consumo chovas, una especie de aves de plumaje enteramente negro y tamaño similar al de las palomas. Hasta el momento, la asociación entre los neandertales y estas especies se pensaba que era circunstancial y se debía a que ambos utilizaban los mismos refugios. Marcas en algunos huesos pertenecientes a estos córvidos revelan su consumo por humanos. En el estudio, que se publica en la revista Frontiers in Ecology and Evolution, participan investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y el Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont.

Los neandertales, que habitaron zonas templadas de Europa y el centro de Asia hasta su extinción hace unos 40.000 años, son conocidos por su dieta de grandes herbívoros, compuesta por caballos, cabras y bóvidos salvajes. Sin embargo, en los últimos años se han acumulado evidencias de que su dieta era variada e incluía plantas, pequeños mamíferos, algunas aves y hasta invertebrados, como crustáceos y bivalvos que recogían en zonas costeras. Entre los fósiles de aves que se encuentran con más frecuencia en las cuevas que ocuparon los neandertales están los de chova piquirroja y chova piquigualda. Estas especies forman agregaciones para dormir en el interior de las simas y desde el Neolítico también están presentes en construcciones humanas.

“Recientemente, se ha podido demostrar que algunos huesos fósiles de chova procedentes de yacimientos neandertales presentan marcas de procesamiento y consumo por parte de los humanos. Sabemos, además, que algunos de esos huesos fueron cocinados al fuego”, apunta Guillermo Blanco, investigador del CSIC en el MNCN-CSIC y primer autor del trabajo.

El trabajo revisa datos de los yacimientos neandertales con presencia de huesos fósiles de chova piquirroja y chova piquigualda, especies que proporcionarían un buen aporte proteico a un neandertal. “Tanto estas aves como los antiguos humanos solaparon sus áreas de distribución en Eurasia durante un largo periodo de tiempo. De hecho, aparecen en yacimientos de distintas épocas desde la península Ibérica hasta el Cáucaso. Por tanto, el hábito de consumirlas fue extenso, en el tiempo y en el espacio, y debió de producirse con cierta frecuencia”, explica Juan José Negro, científico del CSIC en la EBD-CSIC.

Para determinar cómo pudieron capturar estas especies de córvidos, muy esquivas y desconfiadas durante el día, los investigadores recurrieron a lo que se conoce como método actualístico. Se trata de inferir comportamientos pasados por analogía con hechos del presente.

“La captura a mano de chovas en las cavidades que empleaban para dormir en la noche, sin ninguna tecnología adicional más allá de fuentes de luz portátil (antorchas), nos induce a pensar que los neandertales pudieron cazarlas cuando estas llegaban al anochecer a las cuevas para pasar la noche. Con ayuda del fuego, que ya dominaban, podían generar luz suficiente para asustarlas hacia el interior de la cavidad y atraparlas”, señala Antonio Sánchez-Marco, del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont y coautor del estudio.

El comportamiento social de las chovas para dormir en la noche permite la captura a mano y de forma simultánea de numerosos ejemplares. Además, al ser asustadas y perseguidas en las cuevas, tienen tendencia a volar hacia su interior. Esto, señala el estudio, facilitaría las capturas. Y a ello contribuiría también la adaptación para la visión escotópica (con poca luz) de los neandertales, puesto que tenían ojos más grandes que los del Homo sapiens.