viernes. 29.03.2024
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“Nos robaron nuestros nombres”: Cuando Franco borró a Democracia, Lenin, Bakunin y Libertad

El franquismo obligó a cambiar el nombre de muchos niños tras el inicio de la Guerra Civil.
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“Nos robaron nuestros nombres”: Cuando Franco borró a Democracia, Lenin, Bakunin y Libertad

En la amplia nómina de episodios de represión hacia los ciudadanos tras el triunfo del Golpe de Estado capitaneado por Francisco Franco contra la II República, se han documentado situaciones graves, de torturas, persecución y muerte. Pero otras fórmulas de castigo hacia los que no comulgaban con el nuevo régimen han pasado más desapercibidas.

La estigmatización social fue una de ellas, alcanzando altas cotas de dureza en numerosas acciones dirigidas hacia las mujeres, por ejemplo. Otra de estas estrategias desmovilizadoras de una posible contestación fue borrar cualquier vestigio de recuerdo en relación a ideas o simbología izquierdista.

Entre las prácticas menos divulgadas pero que más daño produjo en los sentimientos de muchos republicanos fue eliminar el nombre con que el nacieron. La fuerte ideologización que trajo consigo la II República impulsó a muchos padres y muchas madres a llamar a sus hijos e hijas con nombres que representaban sus ideales y sueños. Así, muchos nacidos llevaron como primer o segundo nombre Lenin, Libertario, Democracia, Marx, Bakunin, Libertad o Mariana de Pineda, entre otros muchos.

Naturalmente, el régimen franquista no podía permitir lo que consideraba como algo inadmisible y se ideó un auténtico plan para desechar los patronímicos con los que se nombraban a muchos niños y jóvenes a partir de 1938.

De hecho, se organizó una 'estrategia legal' que tuvo como inicio la publicación en el Boletín Oficial del Estado de Vitoria, 18 de mayo de 1938, “II Año Triunfal”. La firmaba Tomás Domínguez Arévalo, el jefe del Servicio Nacional de los Registros y del Notariado del Ministerio de Justicia, basándose en que la República alentaba “nombres de personas que habían intervenido en la revolución ruso-judía, a la que la fenecida república tomaba como modelo y arquetipo”. Tras estas singulares razones, se añadía que “la España de Franco no puede tolerar agresiones contra la unidad de su idioma, ni la intromisión de nombres que pugnan con su nueva constitución política”.

La politización y uniformidad en cuanto a los nombres de los nacidos se imponía con esta norma, que establecía el poder de los Registradores Civiles para que “no se impongan a los recién nacidos nombres abstractos, tendenciosos, o cualquiera otros  que no sean los contenidos en el Santoral Romano para los católicos”.

La normativa también desterró nombres habituales en diversos territorios que entrañaban “una significación contraria a la unidad de la Patria”, como Kepa o Iñaki, aunque sí permitió otros como Aránzazu o Montserrat porque eran “nombres netamente españoles y en nada reñidos con el amor a la Patria única que es España”.

La intención inicial fue corroborada finalmente mediante otra Orden del Servicio Nacional de los Registros y del Notariado de 9 de febrero de 1939, que daba un plazo de 60 días para que se cambiasen los nombres “exóticos o extravagantes”, bajo la amenaza de ponerles de oficio a los niños el nombre del santo del día en que nacieron.

Como consecuencia, miles de nombres fueron tachados en los registros civiles de pueblos y ciudades, con el consiguiente impacto emocional en muchas familias.

En numerosas localidades de la Sierra de Huelva se produjo esta represión de forma habitual. En Galaroza, concretamente, podemos fijarnos en diversos ejemplos que muestran la práctica de los vencedores para, entre otros objetivos, fomentar el terror y ahogar aún más los sentimientos de los vencidos.

Gabino Pachón Blanco nació en esta localidad serrana, el 2 de mayo de 1933. Sus padres, Gabino y Celia, le inscribieron con el nombre de ‘Lenin’, y así aparece en el acta de nacimiento del Registro Civil de Galaroza, en el folio 22 vuelto. Sin embargo, tras la finalización de la Guerra Civil, el juez municipal procedió a eliminar este nombre y a imponerle los de Gabino Rafael. Así consta en una anotación marginal con fecha 5 de mayo de 1939, “Año de la Victoria”.

Gabino Lenin recuerda que “fui bautizado en la ribera de La Nava, pero con siete años me cambiaron el nombre”. Entre las emocionantes frases que pronuncia, está la de que “nos robaron hasta nuestros nombres” y que, antes de ese cambio, su madre “no quería que saliera a la calle a jugar con los chiquillos, porque podían nombrarme y si pasaba por allí alguien de la Falange podía tener consecuencias”.

La nota del juzgado añade que el tachado de ‘Lenin’ y los nuevos nombres se producen “a instancia de la madre del niño inscrito, en cumplimiento a lo ordenado en la Orden del Ministerio de Justicia fecha 9 de febrero de 1939”. “Eso no fue así,” afirma Gabino, apenado de que su madre tuviera que pasar por lo que consideraba como una humillación.

Otra cachonera que vivió esta brutal despersonalización fue María Pérez Sosa, nacida Libertad Mariana de Pineda, como consta en su acta de nacimiento, el 13 de marzo de 1933, hija de Lorenzo y Ana. De igual forma, el juez municipal tacharía su nombre original, a través de una nota fechada el mismo día, el 5 de mayo de 1939. Los motivos son idénticos a los de Gabino Lenin y a otros tantos que sufrieron este castigo.

En el libro ‘La recuperación de la memoria histórica: una perspectiva transversal desde las Ciencias Sociales”, que incluye artículos de varios autores entre los que se encuentran Gonzalo Acosta Bono, José María Valcuende del Río o Pedro Cantero, y que fue editado por el Centro de Estudios Andaluces en 2007, se recoge el testimonio de María. Con total sinceridad, confiesa que “yo me llamo María, ahora, pero vamos, mi padre me puso a mí Libertad Mariana de Pineda”. Continúa relatando que su padre era carpintero y además regentaba un casino obrero, pero que “tampoco tenía nada de político, cosa de hablar de otras cosas, ni nada, sino las cosas del trabajo, el campo y la casa”. Cuando “se formó la guerra”, tuvo que huir. “Cogieron a muchos de allí, continúa María, y había gente que le tenía a él mucha gana y tuvo que salir corriendo”.

Otro importante efecto de esta represión identitaria es la que tuvo lugar en el municipio de La Nava, a consecuencia del denominado como ‘Bautizo Monstruo’, que obtuvo una amplia repercusión en la comarca. Consistió en el bautismo civil de seis niños en las orillas de la ribera del río Múrtiga, en la finca ‘La Parrilla’, el domingo 14 de junio de 1936. Entre ellos, se encontraban dos bebés llamados Lenin y Libertario, como se destaca en el cartel anunciador, mientras que los otros cuatro infantes recibieron los nombres de Limber, Pasión, Redención y Sipenia.

Grandes alegrías, banderas, comitivas festivas, gastronomía y la participación de la renombrada Banda de Música de Galaroza, rodearon este bautismo pagano. Mítines e intervenciones de personas procedentes de diversos pueblos reforzaron la vertiente política, laica y anticlerical que presentaba la iniciativa.

Las consecuencias tras la toma de la localidad por los golpistas fue la misma que en Galaroza y en el resto de poblaciones. Los protagonistas tuvieron que cambiarse el nombre, como hizo, por ejemplo, Lenin Alfonso Tristancho, como consecuencia de una inscripción registral que dice “ha quedado modificado el nombre que obstentaba, pignorado con el de José Antonio”. En esta ocasión, se tardó algo más, ya que el cambio se produjo el 17 de junio de 1952, pero tampoco escapó al celo con el que actuaron los franquistas en estos casos.

Sin embargo, el poder de dictar leyes no asegura siempre estar dotado de cultura, sabiduría o perfección, como bien quedó reflejado en algunos casos en que los censores e inspectores que buscaban casos de niños con nombres considerados subversivos quedaron en evidencia. Se trataba de niños o niñas con nombres izquierdistas que no fueron obligados a cambiarlos, por olvido, por descuido o por desconocimiento. Es lo que pasó con una niña de Galaroza, inscrita como Florencia Rosa de Luxemburgo, en homenaje a la líder comunista alemana de principios del siglo XX, y cuyo nombre no fue modificado en toda su vida.