jueves. 25.04.2024
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Tosantos: historias del cementerio de Zufre

Los cementerios atesoran historias de nuestra gente que merece la pena conocerse, como los datos del cementerio de San Sebastián, en Zufre, rescatados por el investigador Santiago González Flores
Tosantos: historias del cementerio de Zufre

Los cementerios han adquirido un significado para nuestra sociedad que mezcla un sentimiento de admiración estética, sensaciones de paz interior y también de temor o miedo a lo que ya no se puede controlar o evitar. Forman un microcosmos especial, un mundo aparte en nuestros pueblos que interactúa tarde o temprano con todos nuestros vecinos.

En días como Tosantos, adquieren una impronta especial, convirtiéndose en lugares de reencuentro, de conversación y socialización. Atesoran historias de nuestra gente que merece la pena conocerse, como los datos del cementerio de San Sebastián, en Zufre, rescatados por el investigador Santiago González Flores.

Según el historiador zufreño, el origen de los cementerios, tal como los conocemos hoy en día, se remonta a mediados del siglo XVIII, cuando a través de una Real Cédula de Carlos III de 1787 se había establecido que se retomaría una costumbre antigua, la de enterrar a los cadáveres fuera de las iglesias, en lugares denominados cementerios. Desde 1807 los difuntos no podrían ser enterrados en los templos, sino que deberían permanecer dentro de sus muros sólo durante un tiempo prudencial hasta que fueran llevados al camposanto, hecho que no siempre se siguió como marcaba la ley y que queda demostrado tanto en las numerosas referencias documentales como en los llamados ‘procesos de enterramientos’.

Desde 1823 se va un poco más allá, señalando que se construyan y conserven cementerios en las Villas del Reino, sufragados por los respectivos Concejos, según el vecindario, situados convenientemente a las afueras de la población y previo comunicado de los facultativos de medicina, aunque tampoco se siguieron estos preceptos al pie de la regla.

En Zufre, hasta bien entrado el siglo XIX, aún se producían enterramientos en el interior de la iglesia, para aquellos que podían sufragarlos. La mayoría de los vecinos eran enterrados en el cementerio que se situaba en la Plaza de la Iglesia, circundado por un muro de piedra en todo su perímetro, o en la Ermita de San Sebastián, que desde 1805, coincidiendo con una de las oleadas de cólera, hacía las funciones de camposanto por los inconvenientes y la falta de salubridad del de la Plaza de la Iglesia.

Desde finales del siglo XIX, el Concejo de Zufre estudió la construcción de un nuevo cementerio en la Villa, por el colapso del de San Sebastián, proponiéndose para ello varias ubicaciones. Las investigaciones de González Flores apuntan a que algunos quisieron situarlo junto a la Ermita de Santa Zita, lugar aireado y fuera de la población, pero las negociaciones con los propietarios de los huertos aledaños no fructificaron. Otros propusieron situar el nuevo cementerio junto al Pilar del Ejido, pero se desestimó esta propuesta por su proximidad al recinto ferial de la Feria Ganadera de Zufre. La elección final fue la de construir el nuevo cementerio junto al Camino Real a Santa Olalla del Cala, en la llamada Era Piojosa.

Las mayores obras del Campo se realizaron entre los años 1923 a 1924, durante la alcaldía de Francisco Fernández Martín, aunque la primera piedra fue colocada por el edil Manuel María Rufo y Rufo, alguien que protagonizó, después de su fallecimiento, una de las anécdotas documentadas de este camposanto.

El Gobierno Civil de la Provincia de Huelva, en oficio del 3 de agosto de 1923, autoriza al ayuntamiento a inhumaciones en el nuevo camposanto "próximo a terminar y por estar agotado el terreno para enterramientos en el que hoy existe". El 7 de diciembre de 1923 se autoriza, por parte del Arzobispado, a su bendición "... con tal que esté debidamente circunvalado y sea colocada en él una cruz, la bendición se hará conforme al ritual romano, y se levantará acta por duplicado... ".

Un día antes de su bendición, concretamente el 5 de febrero de 1924, fallece en Zufre a los 70 años de edad Manuel María Rufo y Rufo, alcalde que colocó la primera piedra del cementerio, siendo enterrado en el nuevo lugar ese mismo día, y ubicado en la manzana 1, fila 1, nicho 1.

Pues bien, continúa el trabajo de González, “la bendición del Cementerio se produce el 6 de febrero de 1924, siendo Vicario de Zufre Juan Ignacio Rueda, alcalde Aquilino Duque Rodríguez, Juez Municipal suplente José Borrallo, Secretario del Juzgado Manuel Rufo Martín y Comandante del Puesto de la Guardia Civil Evaristo Garzón; pero las fuertes lluvias caídas durante la madrugada previa habían destrozado el nicho de Manuel M. Rufo”. El resultado debió ser de los que merecen ser recordados, al brotar la caja funeraria entre el barro y la piedra.

Quizá este episodio inspiró a las murgas del carnaval zufreño, que en 1920 cantaban coplas como "...En el cementerio de San Sebastián nadie se puede enterrar, ayer sacaron un muerto de la semana pasá...".

Sucedidos que ilustran la vida propia que han adquirido nuestros cementerios, lugares queridos, odiados, temidos y venerados en el que reposan los restos de nuestros vecinos.