jueves. 25.04.2024
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Opinión

El precio de seguir siendo los mismos

Desde mi ventana veo florecer a un cerezo, obediente a la primavera y ajeno a todo lo que está pasando
El precio de seguir siendo los mismos

Desde mi ventana veo florecer a un cerezo, obediente a la primavera y ajeno a todo lo que está pasando. Tengo la suerte de vivir en el campo y, aún así, me siento como si fuera un pez dentro de una pecera que, por grande que sea, no deja de ser una cárcel de cristal. Pero entiendo que es de lo poco que puedo hacer y está en mis manos: QUEDARME EN CASA.

Después de una semana tras mi ventana me va inundando la desesperanza. Y sí, saldremos de esta, a un precio u otro, en función de lo que hagamos cada uno de nosotros y, por desgracia, parece que va a ser un precio alto. Tan solo nos pidieron dos cosas: que nos quedemos en casa y que permanezcamos unidos. Que no hagamos nada y que todos rememos en la misma dirección. Pues nada, ni una cosa ni la otra.

Durante los primeros días llegué a pensar que encontraríamos algunos de los valores y principios que se nos fueron derramando con las prisas de los últimos tiempos, que todo esto serviría para hacernos más humanos, para entender qué era lo verdaderamente importante. Pero no, no los encontramos. Y es que esta crisis, movida por un ser microscópico, está sacando a la luz nuestras miserias más grandes.

Hace unos meses nos mostrábamos indiferentes al sufrimiento de Siria, casi que molestos por aquellos que llegaban a nuestras costas, huyendo del hambre, las guerras y otras “pandemias” más fáciles de controlar que esta que estamos viviendo hoy, ajenos e indolentes al cambio climático, a la hambruna y otras miserias que se desarrollaban más allá de nuestra burbuja de cristal. Y hoy, seguimos actuando con el mismo egoísmo, con la misma falta de empatía y de sentido común, pese a que los muertos son más cercanos.

Hace nada nos indignábamos cuando Cataluña exigía cierta soberanía. Hoy, movidos por la falta de solidaridad, nos aferramos a unas fronteras que nunca existieron y enarbolamos “nuestras” mascarillas en lugar de banderas.

Se siguen sumando nombres a una lista de fallecidos, tan anónimos como los nombres que se apuntan a la trágica lista de mujeres víctimas de violencia de género.

Los mismos funcionarios a los que hoy llamamos héroes, volverán a ser vilipendiados y acusados de disfrutar de unos privilegios que siempre estuvieron al alcance de todos.

Y los políticos, como si estuvieran en plena campaña electoral, en lugar de remar todos en la misma dirección (como ellos mismos nos piden), están estudiando la forma de sacar tajada de todo esto y, en la medida de lo posible, de que no les salpique mucha mierda.

Los mercados están mas preocupados por la prima de riesgo que por los muertos (esto nunca cambiará).

Y hoy, mientras contemplo la belleza de un cerezo recién florecido, sabedor del elevado precio que vamos a pagar por todo esto, mantengo la esperanza de que dejemos de ser los mismos...