miércoles. 24.04.2024
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Manuel Garrido Palacios: “Juan Ramón le debe todo a Zenobia”

Manuel Garrido Palacios (Huelva-Asturias, 1947). Escritor, realizador de televisión. Guardián de las esencias de los pueblos. Afrancesado (el Colegio Moliere marca). En esta entrevista se pone al otro lado de la cámara, sin micros… y confiesa. Entre otras cosas: Juan Ramón Jiménez (el Nobel de Moguer) le debe todo a Zenobia Camprubí Aymar.
Manuel Garrido Palacios: “Juan Ramón le debe todo a Zenobia”

Una mesa repleta de ‘gafas de ver’, desgastadas, usadas un millón de veces delatan a un escritor tanto como un sinfín de libros a su alrededor, con restos de café y su copa de Porto. Manuel Garrido Palacios (Huelva, 1947) escribe.  Su última obra: Teclas blancas. Teclas negras (Niebla Editorial, 2019, publicada en 1ª ed. en Francia) da fe de ello, como El hacedor de lluvia; El abandonario; Alosno, palabra cantada y otras obras. Hablas con él y ves a un director de orquesta, guionista, cineasta o viajero que ha corrido mundo con sus bártulos. Hombre que siente admiración por Félix Rodríguez de la Fuente, Ravi Shankar, Niño Miguel, Madre Teresa, Vicente Ferrer, Bertolucci, los Baroja y su templo de Itzea, y más y mucho más en una historia interminable.

Vine a su casa a hablar de libros y descubro que se sabe de memoria a Beethoven.

He ido a Bonn sólo a estar donde él estuvo, a visitar su casa. Lo estudié a fondo. Bach, Mozart y él forman un trío mágico, la cúspide de la música. De ese entorno parten los cánones de cuanto se ha hecho.

Se trajo de la India un sitar de Ravi Shankar y apuntó en un hotel de Calcuta el adagio del Concierto de Aranjuez de Rodrigo.

Aparte de la belleza del instrumento, me dijo Ravi que era el que tocaba George Harrison en la película sobre los Beatles, en las clases que recibió de él. Sitar que hoy tiene David Garrido Guil y que utiliza en sus discos. En cuanto a lo del Concierto, siempre llevé una guitarra a los rodajes. Al final de una jornada, nos reunimos en casa de Ravi, inicié tímidamente la melodía del adagio y él la siguió con el sitar. Esa y otras músicas salieron desde la cena hasta el alba. Fue Inolvidable.

Usted toca la guitarra, sabe de ella. ¿Fue tan bueno el Niño Miguel como para subirlo al Olimpo de las seis cuerdas?

Estudié guitarra clásica y me acerqué a la flamenca. El Niño Miguel fue un guitarrista genial, único, asombroso. Fue lo que fue: un indiscutible por encima de su circunstancia.

Hay que conocer el Alosno, cuna de Paco Toronjo, soplo de antepasados de Machado y hasta relacionado con David Bowie.

Alosno supuso para mí un descubrimiento esencial. Iba a sus reuniones y creía asistir a unas clases magistrales de estilos melódicos y poesía pura, lo que me marcó para siempre. Me llevó mi padre cuando niño y me lo puso de tarea de mayor don Julio Caro Baroja, que luego prologó mi libro Alosno, palabra cantada. Él estuvo en el pueblo en 1949 junto a Foster, y en El Cerro, la Puebla, Cabezas Rubias, ese núcleo del Andévalo. En cuanto a David Bowie, un tío abuelo suyo vino de técnico a las minas, se casó y fijó el apellido. Un informante esencial para la etnografía alosnera es de esa rama: Manuel Lisardo Bowie, hijo de doña Margarita Bowie, cuya sabiduría tanto apreció don Julio, de la que cuenta que, en una sola sesión, le dictó 131 recetas medicinales usadas en el pueblo en aquel tiempo.

¿Qué tiene Alosno que encandiló a Don Julio… y a usted?

Su expresión a través del cante, de los remedios caseros, de los cuentos, las leyendas, el habla, de una riqueza etnográfica única.

Se le ve a usted por esa España rural, de pueblo en pueblo haciendo esa mítica serie: Raíces. ¿Qué sacó de tanto viaje?

Conocerlos, saberlos para hacer Raíces y las series que nacieron de ella: La duna móvil, El bosque sagrado y otras. Veinte años a capítulo por semana fue un buen meneo, gracias a un equipo excepcional de compañeros, cineastas a tope entusiasmados con el proyecto de llevar a la pantalla tanta sabiduría popular.

¿No le apesadumbra contemplar esa España vacía?

El regreso de la gente a sus pueblos en las fiestas puntuales y en vacaciones está haciendo que se llene. España es una belleza desconocida, necesitada de cariño. Aunque la he viajado mucho, sigue intacto mi asombro por ese mundo rural, su arquitectura popular, su saber oculto que sale al primer estímulo. Las ciudades grandes están bien para unas cosas, pero la gran España está en los miles de pueblos.

Sus libros están empapados de esa sabiduría que se aleja de internet…

Todo es válido si se hace bien. “Algo es moral si es bello”, decía Juan Ramón. Lo nuevo sirve para conocer más, para aprender. Había un culto oficial que daba la tabarra a un barquero: tú no sabes esto, o lo otro o aquello; eres un ignorante; estás perdido. Y en esto empezó a hundirse la barca y le preguntó el barquero a él: ¿Sabe usted nadar? Y al decirle que no, cerró el barquero: Creo que el que está perdido es usted.

Una frase dice: “Un burro asomado a internet sigue siendo un burro”.

Parece una profecía o la esencia de un denso tratado sociológico. El tiempo dirá el resto, si muerde o patea el aparato.

¿Cree que es lo que está pasando ahora?

Pasa donde pasa y no pasa donde no pasa. Cada cual calma su sed sonde sabe, puede, quiere o le conviene. Por más nudos que se hagan siempre será una cuerda.

A veces, para lo que se dice, sobran caracteres

Usted es Académico de la Norteamericana de la Lengua en Nueva York. ¿Tiene solución lo de los 140 caracteres, Twiter, Instagram, Facebook o Telegram para todo?

Lo cierto es que sucede. Y si sucede es que alguien lo pone en marcha y, ya puestos, se usan como caminos hacia lo bueno, lo malo y lo mediopensionista. A veces, para lo que se dice, sobran caracteres. Sólo puedo decirle que prefiero escribir todo lo amplio que el tema requiera. A Don Camilo le preguntaron si prefería escribir con pluma o con ordenador. Y dijo que, así o asao, sólo había dos modalidades: literatura buena o mala.

La muerte es algo muy serio.

Lo más serio que ocurre en la vida.

Resuenan ecos de sus guiones, de sus películas, de su estilo. ¿No cree que es un literato?

Entre otras cosas, escribo, es cierto. Una cuarentena de libros míos danza por ahí. Es una de mis expresiones y, en los últimos años, a la que más energía le dedico. Expresarse en la faceta artística en la que te sientas mejor, según evoluciones, es apasionante, como rodar, hacer música, declamar o esas cosas.

Curioso que después de recorrer el mundo se quede encantado en el Algarve. ¿Qué hay ahí?

El Algarve, o Poniente, lo emparejo con la Toscana en Italia, Florencia, Meteora en Grecia, París y lugares más cercanos como la Sierra de Aracena y tantos y tantos modelos donde se ha conservado cuanto de encanto hay en el entorno.

¿Dónde pondría un plató de cine en Huelva, pero natural, sin atrezzos ni decorados artificiales?

Huelva ya lo es, sin retoques; toda ella tiene ese encanto. Para encontrarlo, hay que buscarlo, no mirar hacia otro lado para copiarlo.

¿Le han tratado bien en Huelva los capitostes de la cultura, los sabiondos, los anestesistas del verbo…?

Me han tratado bien a tope. Estoy agradecido a esta tierra bendita. Mire hacia Bacuta al atardecer. Verá fondear las naves griegas y todo lo que quiera imaginar. Lo demás que dice es efímero, provisional.

El Colegio Francés fue su estreno en un aula. Le caló. Le veo afrancesado, parisino…

Yo también. Lo hermoso está en descubrir el encanto que decía en La Alberca, Fuenteheridos o París. Una vez inauguramos una línea Fuenteheridos-París. Es inexplicable. Sólo gozable.

El respeto al otro, algo que pudo iniciarse en el Colegio Francés

Allí le siguen y traducen sus libros. Va y viene todo el año, hasta tiene una tertulia. ¿De dónde sale esa relación parisina?

Del respeto al otro, algo que pudo iniciarse en el Colegio Francés que cita, y seguir en las traducciones de cuatro novelas mías, o de las presentaciones en el Salón du Livre, o del acogimiento de dos de las grandes editoriales del mundo, o de pasar por un escaparate y ver El abandonario y otros libros míos traducidos, o del Louvre  cualquier día, en especial en la Noche Blanca, o de sus infinitos museos, o de la tertulia en el salón de Eric (buena cerveza) junto a Notre Dame, o del rodaje que hice en la UNESCO, o de los mercados callejeros, como el de las Pulgas, o de los quinientos conciertos que se programan el día de la música, o del paseo de tarde por el Barrio Latino… Ahora que lo pienso, igual viene de ahí mi devoción por Paris, aparte de que le hizo un monumento a la razón.

8M. Resuena. No me puedo resistir. Le debe algo Juan Ramón Jiménez a Zenobia Camprubí.

Creo que se lo debe todo.

Su colega Manuel Moya dijo el otro día que el Nobel de Moguer está sobrevalorado. Usted acaba de recitar uno de sus poemas. ¿En qué quedamos?

He recitado esa belleza que empieza: “Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando…”. Manuel Moya sabe lo que dice y por qué lo dice; tiene un criterio bien tallado, cosa nada corriente. ¿En qué quedamos? Podemos quedar para tomar café.

Ahora estoy en las palabras, contando historias, como Teclas blancas, teclas negras

¿Por qué no se hizo usted director de orquesta y le dio por el cine y la literatura?

Todo me lo fui descubriendo. La música fue primero. Ella me enseñó a medir el ritmo de las cosas, a conocer la entraña del coro. Luego se me cruzaron las imágenes y lo aprendido lo apliqué a mis películas. Ahora estoy en las palabras, en escribirlas contando historias, como Teclas blancas, Teclas negras. Cuando rodaba estaba rodeado de mucha y maravillosa gente porque así lo requería el oficio. Al escribir estoy yo solo frente al folio en blanco, que a veces es un abismo insondable, pero al que tienes que tirarte. Cada tema quiere lo suyo. Pienso en viajes desde Alaska a Tierra de Fuego y se me va la olla. Hubo un tiempo de siembra. Hoy es de cosechar sensaciones, de plasmarlas, no en la pantalla, sino en el papel… salvo en los descansos, que ese es tiempo libre.

Pues para ponerle música a las campanadas del reloj de La Merced había que saber.

Yo venía de Asturias, Sama, que es mi otra tierra, y en Cudillero recogí dos melodías maravillosas: El perlindango y La red, ambas de un carácter como el de una tarde de neblina en su pequeño puerto. Me sentí tan impresionado que propuse al Ayuntamiento que se dieran las horas con aquella música popular, que parecía hecha para ello. Y se hizo. La grabó David Garrido Guil y allí está para ser compartida por quien viva o visite el pueblo, si es con lluvia, mejor, porque te metes en las tabernas del puerto y le das a la sidra y al cabracho, o a las fabes con almejas, que merecen folio aparte.

Qué ponemos al final de la claqueta…. digo de la entrevista.

Puede poner que me ha gustado hablar con usted porque induce, sugiere y deja hablar a quien ha convocado para ello. Callar a tiempo es casi un arte.

Perfil del autor:

Manuel Garrido Palacios: (Huelva, 1947) De la Academia Norteamericana de la Lengua, Nueva York * Premio Borges de Narrativa (Los Ángeles. USA) * Premio Nacional de Televisión * Premio Ondas * Premio Nacional de Periodismo 'Ciudad de Cádiz' * Premio Félix Rodríguez de la Fuente * Medalla de la Universidad de Huelva * Hijo Adoptivo del pueblo de Alosno * Arpa de Oro en el Golden Harp Festival, Dublín, Irlanda.

Guionista y director de televisión (NHK de Japón, WDR de Alemania, TVE). Enamorado de la tradición popular, sus series televisivas dan fe de ello:  ‘Raíces’, ‘La duna móvil’, ‘El bosque sagrado’, ‘La Primavera en Doñana’, entre otras.

Narrador consagrado es autor de una cuarentena de libros de cabecera, esenciales para conocer Huelva y España. Y atesora una obra narrativa extensa y bien amarrada a la memoria.