viernes. 19.04.2024
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Las zahúrdas como construcción emblemática en el campo serrano

Las investigaciones de José Francisco González en la antigua aldea de La Juliana nos retrotraen a un pasado de esplendor ganadero y de vida en el mundo rural
Las zahúrdas como construcción emblemática en el campo serrano

Uno de los elementos de la arquitectura rural más olvidados es la zahúrda. Lugar de encuentro con el ganado, sus diversas estructuras la configuran como uno de los componentes más singulares del patrimonio en el campo serrano. La antigua aldea de La Juliana, ubicada en el término municipal de Almonaster la Real, conserva diversos ejemplares de estas construcciones que, estudiadas por José Francisco González Vázquez, aportan sabor y sentido al medio rural de la comarca.

La investigación de González ha sido dada a conocer por diversas vías en los últimos años, entre ellos un amplio artículo publicado en la Revista Zancolí. Gracias a este esfuerzo, conocemos a la aldea, tan despoblada ya que “conserva en pie casi el mismo número de viejas zahúrdas que de casas habitables”.

Las construcciones que ocupan el estudio son, en realidad, viejas cochineras de planta circular con la piedra como material principal. Se trata generalmente de la técnica de construcción de la Piedra Seca, tan habitual en la comarca serrana, y que recientemente ha sido reconocida por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

El hábitat en La Juliana se encontraba diseminado en varios núcleos de casas, que se adosan entre sí para formar enclaves denominados Casas del Lomero, Casas de la Zorrera, Casas de la Pedrera, Casas del Camino Real o Casas de Arriba, Casas de Los Cotorrillos y Casas de los Riscos.

Con restos arqueológicos y residuos mineros, parece claro que la vida en la aldea estuvo íntimamente relacionada con la minería contemporánea, precisamente como ‘dormitorio’ de parte de los mineros que trabajaron en la cercana Mina de Cueva de la Mora. Pero “su función más importante hubo de ser la de suministrar alimentos y otros menesteres a la población minera, de modo que la ganadería de cerda y caprina, así como la producción hortofrutícola debieron ser fundamentales para el sustento de los mineros”.

Hitos importantes en el devenir histórico de la zona fueron la compra en 1904 de la finca que rodea a La Juliana por parte de la compañía de ‘The Huelva Cooper Mines Limited’, y, en general, la explotación de Cueva de la Mora durante el último cuarto del siglo XIX, concretamente por parte de la ‘Companhia Portuguesa das Minas de Huelva’. Con estos picos de progreso, la población aumentó y llegó a tener más de una treintena de casas habitadas para una población de unos 170 habitantes sobre el año 1910, según estudios de Perejil Delay.

El carácter pecuario de la aldea de La Juliana queda definido por las zahúrdas, presentes en cada una de las zonas descritas, a excepción de las Casas de los Riscos, donde no ha documentado ninguna. González identificó un total de 19 zahúrdas, diseminadas en 4 en las Casas de la Zorrera, 3 en las Casas del Lomero, 5 en las Casas de Arriba, 4 en zona intermedia, junto al camino real, y 3 en las Casas de la Pedrera.

Deteniéndose en la tipología de este conjunto de edificios, se describen dos formas constructivas, una, común a otros ejemplos en la zona, y la otra, exclusiva de La Juliana. En el primer caso, nos encontramos con los mismos elementos presentes en buena parte de las poblaciones serranas y andevaleñas. Se trata de “una construcción de planta circular, realizada en mampostería de piedra y con techo en falsa cúpula, igualmente de piedra al interior, y enfoscada con barro al exterior, mismo material que se usa como mortero en la fábrica de mampostería. La cámara cubierta está unida a una corralada, realizada en el mismo material, que de forma circular, ovalada o poligonal sirve de espacio descubierto y acotado a la edificación. Tanto la cerca como la cámara disponen de un respectivo vano de entrada adintelado, formado por una única piedra plana que actúa de dintel, dando consistencia y protección al acceso, y en ocasiones otras dos piedras planas en los laterales del vano, a modo de jambas”.

El historiador corteganés achaca estas formas y disposiciones a criterios funcionales. Por ejemplo, “la edificación en falsa cúpula y la planta circular obedecen a la función prioritaria de las zahúrdas como parideras, por lo que es fundamental acumular calor y evitar, por tanto, la pérdida masiva de temperatura”. En este grupo de edificios podría dividirse, a su vez, en dos clases, según la calidad de los materiales empleados en su construcción y sus dimensiones.

La otra tipología de zahúrdas de La Juliana es exclusiva de esta aldea, según González, quien no la ha localizado en ningún otro lugar. Se debe, en su opinión, a las condiciones geológicas específicas que la caracterizan, ya que estas cochineras están construidas aprovechando unos crestones de granito que afloran en la superficie y que sirven de parapetos sobre los que se apoya el resto de la edificación. Estos crestones están orientados geográficamente, de forma que originan de manera natural un abrigo natural opuesto a los vientos del Norte. La solución elegida por los pobladores de La Juliana aportó, pues, diversos beneficios a los que se sumó el ahorro de material y de trabajo necesario para la construcción de la cochineras.

El decaimiento de las tareas agrícolas y el despoblamiento de la aldea conllevó la ruina de muchas de estas estancias ganaderas. Algunas de las zahúrdas dejaron de utilizarse y otras sufrieron reformas para que continuaran siendo eficientes.

El ocaso de La Juliana en los años setenta y su posterior pérdida de entidad jurídica como aldea de Almonaster provocó el abandono de muchas actividades y, entre ellas, la de estas cuadras para cerdos. Al menos, la investigación de personas como José Francisco González Vázquez sirve para recuperar una etapa de actividad y de vida en medio de la dureza vital del medio rural serrano.

En palabras del historiador, trabajos como este conciencian de “la importancia y el valor de ese patrimonio que pasa desapercibido, que es necesario conocer, conservar y difundir, y que forma parte de una identidad y de una idiosincrasia que marca en el pecho el sentir de sus gentes, de los pueblos, de nuestra Historia”.