viernes. 19.04.2024
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Opinión

Las Ramblas

Es lamentable que todavía con el dolor de las víctimas los extremismos partidistas, una vez más, están buscando rédito político para predicar sobre sus fobias o trasnochadas ideologías...

Las Ramblas, han formado parte de algunas imágenes o destellos grbados en mi infancia o juventud, cuando las visitaba, antes de pasar veinte horas en el Tren “Estrella Galicia”, hasta llegar. Que tiempos. Allí mismo comí por vez primera en un mcdonalds, con lo que suponía para un adolescente en aquella época, escuche una multitud de idiomas u observe lo que suponía el alegre ajetreo, de una gran ciudad, en el que se mezclaban multitud de floristas y comerciantes que se extendían en ese espacio hasta el mar. Y por que no decirlo, incluso por primera vez me llamó la atención como algunas mujeres de diferentes procedencias ofrecían sus servicios, esa Rambla de la negra flor, la de antes del noventa y dos. En aquellos tiempos, cuando los trenes de larga distancia todavía llegaban a la estación de Francia, o la Barceloneta era un barrio de pescadores, y en sus chiringuitos añejos sonaba una rumba de Peret o el “ Mediterráneo” del “noi del Poble -sec” . Sin duda, por ello Las Ramblas, al tratarse de uno de los lugares más multiculturales de Europa, fueron elegidas por unos fanáticos para producir el mayor dolor posible. Su odio, nunca podrá perdurar en tan mágico espacio.

Después de unos días, tras lo atroces atentados que se han cobrado la vida de al menos quince personas, se hace necesario realizar algunas reflexiones. La primera es que los muertos o heridos no entienden o distinguen de banderas, idiomas o nacionalidades. Y los únicos culpables son los que perpetraron tal barbarie, con el denominado terrorismo yihadista de “low cost”. Es lamentable que todavía con el dolor de las víctimas los extremismos partidistas, una vez más, están buscando rédito político para predicar sobre sus fobias o trasnochadas ideologías. Hemos visto por un lado actitudes tan censurables como el alcalde popular de Alcorcón o un cura exaltado en su púlpito, culpabilizando de ello a las Alcaldesas de Barcelona o Madrid, por un presunto buenismo intercultural. Por suerte, opiniones minoritarias en sus organizaciones y por ello bien desautorizados por las mismas. Así como las asociaciones independentistas catalanas, sumidas en un proceso sin sentido ni futuro en pleno siglo XXI, estaban más preocupadas por utilizar una manifestación de repulsa unitaria, como una exaltación nacionalista injustificable, con una sonora pitada organizada al Jefe del Estado. O la lamentable imagen de una señora, por llamarla de alguna forma, que su máxima preocupación era tirar y romper mensajes de ánimo a las victimas en castellano. Por no hablar de la utilización política de los Mossos, amenazando a los medios de comunicación, que están informando sobre los fallos de seguridad previos al atentado, como obviar las alertas de los servicios de inteligencia extranjeros, o la explosión del día anterior en la guarida de los terroristas. Ante una acción que intenta ir contra la convivencia y nuestra forma de vida, sólo queda la repulsa unánime, bajo el respeto al dolor de las victimas. Barcelona es mucho más y mejor que todo eso. Pero sobre todo me quedo, con los ciudadanos anónimos depositando flores en el altar improvisado a los pies de un mural de Miró, con la mayoría silenciosa que formaron miles de personas mostrando su repulsa sincera en la manifestación. O los policías y sanitarios que realizaban su trabajo, lleno de dedicación y profesionalidad.

Todos somos Barcelona, y por respeto al dolor de las víctimas y sus familiares, debemos mostrar una imagen de unidad, frente al terror. No se si la solución es poner bolardos en todas las calles, o más controles y policía, cuando el problema es más complicado. Lo que no es la solución es politizar un acontecimiento, desde la división o el sectarismo. El terrorismo busca modificar nuestro comportamiento, sembrar discordia y miedo, pero no lo conseguirán.

Rambla “paquí” rambla “pallá”, es la rumba de Barcelona.