jueves. 25.04.2024
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Opinión

Incrédulo

Se llega a una edad en la que se descree de forma globalizada. Donde todo te suena a milongas y de las gordas. Cuando se está inmerso en esta etapa, la rutina de ojear la prensa, de escuchar los debates radiofónicos mañaneros, de ver los telediarios en prime time o de adentrarte en Internet para conocer la inmediatez, desaparece por completo.

El ansia de chequear la actualidad del día se diluye de golpe porque intuyes que a lo largo de tu vida te han manipulado cuando han querido y sin tener ningún tipo de remordimientos.

Los engaños han sido tantos, que ya no sabes si los argumentos y conceptos que tienes más o menos asumidos, y que te mantienen a duras penas en pie, son los correctos o son meros mensajes propagandísticos, vacíos de contenidos y de justificación, que en un momento determinado le interesó a una determinado estamento –ya sea político, religioso o social- extender e inculcar entre la población para su propio rédito y beneficio.

Si atraviesas esta fase de dudas, de interrogantes y de absoluta negación de lo que asumías como verdadero, no te queda más remedio que elegir algunas de estas opciones para salir del atolladero: agachar la cabeza y seguir aceptando los principios fundamentales que rigen esta sociedad, tal y como te la han dado a conocer hasta ahora; desconectar de todo e intentar vivir en un estado de levitación permanente, al margen de una sociedad que intenta engullir todo lo que tiene a su alcance e incluso fuera de ella; o formatear el disco duro y buscar esas nuevas fuentes de inspiración que no estén del todo contaminadas para configurar un proyecto de vida sustentado en otros principios más acordes con la esencia natural del individuo y de esa realidad que nos rodea y que no logramos atisbar por las cortapisas impuestas y aprendidas.

Un momento óptimo para poner en práctica alguna de estas opciones puede ser este excepcional año electoral. Los ciudadanos vamos a estar expuestos a un continuo bombardeo de ideas y eslóganes vacíos de contenidos; de innumerables y reiterados golpes bajos a los adversarios que no servirán para nada, y de un sin fin de promesas que nunca se cumplirán, del que me temo que no saldremos indemnes por mucho que lo intentemos.

Suerte y que el hartazgo no nos provoque vómitos si decidimos depositar nuestros votos en las democráticas urnas de metacrilato.

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