jueves. 25.04.2024
El tiempo
Opinión

El dulce encanto del recuerdo

El dulce encanto del recuerdo

Pasear o divagar por la nostalgia conduce a un tiempo anterior, ya consumado, desde donde viramos con cierto placer nuestro timón de vida y desde donde ponemos ahora la sutilidad en el engranaje que quizá faltó cuando ocurrió. El tiempo tiene la extraña capacidad de convertir todos los acontecimientos, los envuelve en un paño especial y nos lo presenta en una nebulosa blanca para que parezcan un regalo; a nosotros

nos altera la memoria y nos desfigura el gesto, nos traslada al recuerdo de un día de besos o una tarde de risas, nos lleva del error al amor con idéntica magia, nos sostiene todo el pulso del futuro como si de una estructura se tratara.

Y recordar se nos hace agradable, dulcifica el semblante, alegra la corpulencia del espíritu y domina gran parte de los sentimientos. No existen sentimientos ni proyectos ni voluntad ni odio ni envidia ni maldad ni provocación ni mentira ni amor, sin recuerdo. Y es sin embargo la memoria la que, sin inventar, guarda lo genial y lo trágico, quizá en la misma neurona, quizá si ellos mismos supieran podrían entenderse en ese interior o quizá lo hagan.

Los niños comienzan a crecer a base de recuerdos y se van haciendo a la vida con ellos, como muletas de apoyo, como agarradera para los envites. Los ancianos comienzan a decrecer cuando olvidan los recuerdos y se les queda un vacío de soledad en la memoria que les impide proyectar, vivir, amar, sentir. Los animales ejercitan sus recuerdos para la supervivencia.
En cualquier momento la memoria ordena desempolvar cosas de la vida y las libera del olvido para generar ahora el placer de recordarlas, con su enorme carga de sensibilidad y emoción, hasta crecernos un poco en la vanidad y otro poco en la garantía de sentirnos con suficientes méritos como para haber merecido la existencia.

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