viernes. 26.04.2024
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Opinión

Aceptar no es resignarse

Aceptar no es resignarse

La aceptación es uno de los actos sublimes al alcance del ser humano. Es de hecho el primer paso imprescindible para conseguir el crecimiento personal a partir de la forma en que vivimos las situaciones que nos tocan en la vida. La autoestima, la resiliencia, el respeto, la tolerancia, la integridad, el amor, y tantas otras grandes virtudes empiezan en esa capacidad que tenemos las personas para aceptar, y que dista mucho de la resignación.

Y es que en no pocas ocasiones se entiende mal el "yo acepto", creo que porque se confunde con "yo me resigno", y no tienen nada que ver.

De hecho, tener muy claras las diferencias entre aceptar y resignarse es algo muy útil en cualquier ámbito de la vida. Lo es porque cuando en vez de aceptar te resignas, lo único que consigues es frenar o paralizar el desarrollo de las personas y el tuyo propio, y en mi opinión, esa es la peor pérdida que podemos experimentar.

La diferencia es la acción

La diferencia entre aceptar y resignarse radica en la acción que viene después. En el caso de la aceptación haces algo, en el caso de la resignación no haces nada. Tan simple como eso.

Una vivencia que me sirve a menudo para transmitir este matiz diferencial a mis clientes procede de mi infancia en la ría de Punta Umbría, concretamente en La Canaleta, un lugar de ensueño donde he tenido la enorme fortuna de haber pasado los mejores momentos de mi niñez.

Para quien no conozca la Punta de La Canaleta –algo que recomiendo resolver pronto-, es el punto donde desemboca al Atlántico la Ría que trae el agua de los ríos Tinto y Odiel unidos desde Huelva. Los que la conocen sí que saben de la fuerza de la corriente del agua en ese punto durante las subidas y las bajadas de la marea. Y los que me ronden en años, además de haber disfrutado de una Punta inigualable allá por los años ochenta, saben de la aventura que suponía cruzar a nado esa corriente para ir a “la otra banda” a por bocas de barrilete, a por lombrices o por gusto de hacer algo diferente aquellas largas tardes de verano. Hoy seguramente estará prohibido por muchas razones, y está bien que así sea, porque la aventura era muy arriesgada.

El aprendizaje viene del cómo gestionábamos la fuerte corriente de la ría para cruzarla, y de comparar las situaciones que nos depara a cada minuto la vida con esa corriente. Si luchabas contra ella, y te empeñabas en llegar a un punto concreto de la otra orilla, acababas agotado y terminabas dejándote llevar por la corriente sin rumbo o emprendiendo derrotado el camino de vuelta, confiando en poder llegar a tierra antes de que se acabara la punta si estaba bajando la marea, o agarrado a alguna boya esperando ayuda si estaba subiendo. Lo vi muchas veces, yo también sufrí las consecuencias de sentirme más fuerte que la corriente.

Sin embargo, cuando aprendíamos de la experiencia, andábamos un rato por la orilla en dirección contraria a la marea y sabíamos fijar nuestro objetivo en la otra orilla con flexibilidad, con margen, y sobre todo, mirando nuestro objetivo en diagonal, para poder aprovechar la fuerza de la corriente. Entonces sí: nos tirábamos al agua y nadábamos.

Aceptar para avanzar, y llegar

Empezar luchando con la corriente para acabar agotados, posiblemente perdidos, o retrocediendo, eso es resignarse. Nadar aprovechando la corriente, con flexibilidad en los objetivos que te marcas y con paciencia, eso es aceptar.

Por eso cuando en la vida nos resignamos no tomamos acción, nos dejamos llevar sin tomar el control de nuestro rumbo, siendo víctimas de las situaciones, y acabamos normalmente donde no queremos.

Cuando aceptamos sí tomamos decisiones, emprendemos acciones, decidimos nuestro rumbo, negociamos con nosotros mismos nuestros objetivos, nuestras metas. Puede que tardemos un poco más de lo previsto en llegar, pero llegaremos.