viernes. 29.03.2024
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Opinión

'Penélope en su Odisea', de Domínguez Borrallo, bajo el prisma de Manuel Moya

'Penélope en su Odisea', de Domínguez Borrallo, bajo el prisma de Manuel Moya

Alguna vez he manifestado que la gran noticia de la poesía española en estos últimos cincuenta años ha sido y es la voz femenina. Mucho se habló en el pasado de Nueva Sentimentalidad para designar a un influyente movimiento poético que expresaba un decidido contenido ético en la poesía española de los 80, pero en puridad el concepto de Nueva Sentimentalidad debiera aplicarse con mayor precisión al casi nacimiento y consolidación de la poesía femenina española, que hoy goza de tanto o más interés que la poesía masculina. La mujer ha traído a la poesía española una mirada inédita, un orden distinto de las cosas y tal vez una novedosa coloratura, todo lo cual queda inserto en una búsqueda o representación de la identidad femenina que, es evidente, faltaba en nuestra literatura y en nuestro “mirar” colectivo. El universo femenino, con todas sus corrientes y reivindicaciones, sus intereses y deseos, con toda su carga histórica de supeditación y de silencio, ha entrado a nuestros imaginarios para no irse jamás. Dentro de toda esta nueva visión de lo femenino, el personaje de Penélope, la paciente y laboriosa mujer de Ulises ha cobrado una importancia singular. Poetas como Claribel Alegría, Cristina Peri Rossi, Juana Castro, Teresa Ortiz, Herme G. Donis, Amalia Iglesias, Aurora Luque, Josefa Parra, María Rosal, Marina Aoíz, Violeta c. Rangel, Beatriz Hernánz, Silvia Ugidos... y ahora, María Luisa Domínguez Borrallo, han tratado de desenmascarar el personaje que propone Homero, buscando a Penélope en otras latitudes del mito o simplemente observándola desde modernas y audaces perspectivas.

Penélope en su Odisea, segundo libro de Mª Luisa Domínguez Borrallo (Ed. Amargord, Madrid, 2016), tal vez responda a esta visión no por cotidiana menos audaz que pesa sobre una Penélope que se alza básicamente como prototipo de la mujer supeditada. María Luisa representa aquí una Penélope que lleva su amor, su soledad, y su incertidumbre vital a cuestas, casi como una virgen barroca, mientras teje ese hilo plural y cambiante que es la vida. Diríamos que la Borrallo asume el papel de una nueva anti-heroína, arriostrada en una vida hueca, llena de equívocos, magulladuras y anhelos, donde aquí y allá aparecen destellos de esperanza y también de ternura y compasión hacia una vida que siempre o casi siempre parece vivirse en virtud de la espera. Y la nueva Penélope, sentada sobre sí misma, en actitud de echarse a volar definitivamente, escribe su propio listado de desencuentros con el amor y con la vida, con la incomprensión de los demás, con la propia incomprensión que acaso sea más atenazante, bajo toda esa soledad y toda esa resistencia ante la incertidumbre que consiste en esperar a lo que tal vez no venga o a quien tal vez ya no le importe regresar. Penélope es un personaje que muere cada noche al hilo de la esperanza y que cada día renace tomando ese nuevo hilo y retorciéndolo en sus manos. Y es que esta Penélope que nos presenta la Borrallo nos recuerda a veces algo y a veces mucho a los personajes lorquianos, a esa mujer que se rebela contra una vida que a veces se empeña en pasarle de largo, en sortearla, en zaherirla con su indiferencia, mientras a ella le toca esperar y consumirse en una lucha baldía. Pero no sólo en la urdimbre del personaje central del poemario se percibe la impronta lorquiana, sino también en la vitalidad que habita en estos versos, en esa sensación de que estamos ante una poesía arraigada, sensorial, vitalista, jonda, untada de barro y sangre. Cada uno de los destellos que Mª Luisa coloca en estos por lo general breves poemas, describe un golpe de luz, una nueva faceta en ese equívoco que se establece entre Penélope y la vida, donde a veces se busca el refugio de la nostalgia, y otras el desgarro de la rebeldía. La búsqueda de la identidad, por encima de todo.

Como afirma Diego Lopa Garrocho en su prólogo, la poeta onubense Mª Luisa Dguez Borrallo ha dado un salto considerable con este su segundo libro y se ha asentado como una poeta vitalista, valiente y directa, que busca en su propia experiencia vital, el paisaje enormemente vivo y diáfano de sus poemas. La intensidad y al mismo tiempo la calidez de sus versos, aspectos que ya estaban presentes en su primer libro “No pongas nombre al olvido”, regresan aquí hasta confundirse con esta Penélope que, pese a la dificultad, pretende asumir las riendas de su propia vida. Poemas como “El personaje" y, sobre todo “¿Y ahora qué?, no desentonarían en absoluto en cualquiera de las últimas antologías de la poesía femenina española.

Manuel Moya