martes. 23.04.2024
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Yolanda Quilón Contreras. Una vida con muchas vidas

Yolanda Quilón Contreras. Una vida con muchas vidas

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Casi cuando agosto empieza a dar sus últimos estertores siguiendo la línea del verano caluroso que se nos va a ser difícil olvidar, nuestra sesión UNA VISITA INESPERADA que nació en esta etapa del estío va llegando también a su fin. Quedan no más de tres VISITAS que guardo con mucho cariño pues son de personas entrañables no solo para mí, sino también para el corazón de la mayoría de los onubenses. Esta semana le toca pasar por nuestra acalorada sesión a una chica que conocí al ir a un centro óptico de la ciudad por problemas puntuales en la visión, pues como decimos siempre aquí en verano también se trabaja. La estancia en la referida óptica se me antojo como una media hora de auténtico relax gracias a la amabilidad, buen hacer y mejor saber estar de la dependienta en cuestión. Si por mi hubiera sido, y después de pasar por la máquina de los cegatos, me hubiera comprado todos los modelos que con toda delicadeza me iba enseñando con tal de estar más tiempo junto a ella, empaparme de su belleza. Le dije que me gustaría entrevistarla, pero su contestación no me desanimó pues al día siguiente cogía vacaciones. Si Mahoma no va a la montaña…

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Esta onubense se llama Yolanda Quilón Contreras. Quedé con ella en el sitio habitual, mi cafetería preferida, Le Petit Café, en calle Berdigón, y aún vestida de calle me pareció más joven y bella. Algo me fallaba, pues no me creía la edad que me dijo tener y que esperaba averiguar en esta charla. Yolanda Quilón está divorciada y es madre de un hijo, su gran amor y su razón de la plenitud de su vida. El motivo de que el día reluzca distinto y se levante temprano de la cama cantando, se duche cantando y que cuando sale a la calle para ir a trabajar componga una letra espontánea y muda a la canción de la vida. Esa felicidad es el motivo de que los días se le hagan a ella especiales, que a la hora del almuerzo sea de obligado cumplimiento comer con su hijo y cuando regresa del trabajo vea a su hijo estudiando las últimas asignaturas que le quedan para acabar la licenciatura en Historia.

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Yolanda nació cerca de El Conquero, en el barrio de San Antonio. Es la quinta de siete hermanos, cuatro niñas y tres niños, en una familia feliz en la que todos formaban un grupo donde la fraternidad y la unión paternal es el sentir y la razón de ser de ellos. Su padre tenía un conocido taller de mecánica de automóviles y barcos y ello le permitía darle a sus hijos una vida acomodada. Recuerda esa infancia suya como muy feliz, aunque reconoce que era muy tímida y callada al principio de sus años en el Colegio de El Santo Ángel de la calle de El Puerto primero, y de El Conquero después. Aunque reconoce que aquello solo fue un episodio de sus primeros años, siempre estaba jugando con sus hermanos y posteriormente, aparte de las clases deportivas en el Andrés Estrada, hizo gimnasia rítmica. De ahí, por lógica, su figura de mayor y esos andares suyos tan suaves y pausados. Y se hace una mujercita y sus pies recorren todos los veranos las orillas de Punta Umbría y el sol de esa playa va transformando el cuerpo de la niña en una exquisita doncella bronceada. Ya los paseos no son por los aledaños de la vivienda. Ahora sigue el ritmo de la primera juventud y sus pasos bailan por La Palmera y, posteriormente, por los bares cercanos con sus demás amigos y compañeras de clase jugando a ser mujer, como La Palmera, Casablanca o Santa Fe.

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Pasando el tiempo la vida le pone en el camino un obstáculo duro que la va a hacer más mujer y más madre. Su hijo, a los dos años, padece una enfermedad en las caderas que le van a llevar de tratamientos en tratamientos. Muchas horas de esperas, muchos días sin dormir. Durante cinco años el pequeño Casimiro va a estar postrado en una cama sin poder caminar. Esta etapa va a ser fundamental para la empatía, la simbiosis madre-hijo que aún hoy se mantiene incolume. El pequeño Casimiro supera la prueba y a pesar de las dificultades de tantos años sin ejercicios, ahora recuerda aquello como una simple anécdota amarga, aunque a su madre le dejaran una marca indeleble en el corazón. No obstante, avatares de la vida hace que ésta se separe de la otra parte que la unía y entra a trabajar en el centro óptico donde la conocí. Ama su trabajo, el contacto con la gente, muchos de ellos por sus fidelidad son ya como de la familia, el asesoramiento de las lentes en relación al tipo de rostros de cada cual, o de la edad o estilo.

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Se siente una chica actual, con los gustos de hoy, pero añora algunas facetas de cuando era niña como el respeto , los valores sociales y familiares, la urbanidad. Sabe que nos hemos convertido en una pequeña jungla donde esos valores escasean y la humanidad se hace un bien de difícil consecución. Sin embargo, ella se alimentó de esos valores de entonces y que se mantienen intactos en su familia donde siguen reuniéndose y teniendo ese trato fraternal que jamás perderán. Le encanta el deporte y, a pesar del trabajo y de las labores caseras, diariamente, hacia las nueve de las noche se va a hacer deporte, bien caminando, bien en bicicleta. Lo ama , y lo siente como una pasión. Ha llegado a hacer incluso submarinismo. En verano se recorre la costa en paseos cantarines hasta que la puesta de sol le indica que es hora de volver y en invierno toma la bicicleta y se echa sobre las piernas todos los campos y paisajes que estas puedan soportar. Se siente libre en la naturaleza y el contacto con ella le hace mucho bien.

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Dice tener cuarenta y cinco años, aunque aparenta diez menos, y viste de acuerdo a la edad aparente y no la real. Le encanta la moda pero la sigue relativamente. Se compra lo que le gusta, sin seguir las tendencias y es por ello que dice poseer un fondo de armario rico e importante. Le pregunto, que puesto que trabaja en el Centro, cómo ve la situación actual del mismo. Ella me mira con esos ojos suyos de los que luego hablaré y hace un gesto de indiferencia. En el sector de la óptica no se nota tanto esta crisis pues su clientela es una clientela basada en la fidelidad y ellos juegan además con la calidad y el buen servicio, la profesionalidad. Y me guiña uno de esos ojos que me enamoran haciendo referencia a la actual competencia existente. Una vez en serio, me confieza que a pesar de todo Holea ha hecho mucho daño en todos los ámbitos y que no lo comprende. No hay excusa para ir a Holea. Es incómodo, poca profesionalidad y una calidad de salir al paso. Pero, siempre hay un pero, la culpa la tenemos nosotros. Huelva y los onubenses. Piensa que somos muy conformistas y no luchamos unidos por lo nuestro. Holea no sería problema alguno si Huelva entera, instituciones, onubenses y los sectores implicados lucharan para superar este obstáculo.

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He dicho que el tema de los ojos lo dejaría para el final cuando estuviéramos más relajados y nuestra incipiente amistad un poco más adherida. Tiene unos ojos inmensos dibujados al compás de líneas marcadas al antojo de la belleza. Su color es verde, pero predomina el meloso en todos sus sentidos. Embriagan, los ojos y la mirada. ¿Cómo te sientes en la actualidad? Y me dices, sin dejar de mirarme, que contenta y feliz. Consigo misma y con la vida que lleva. Muy a gusto después de haber dejado atrás tantos problemas. Que ahora valoras un paisaje y te emociona una puesta de sol. Que no te importaría rehacer tu vida al lado de otra persona, pero que ese es un tema sobre el que no piensas siquiera. El amor no se busca, está ahí y ya está. Por ahora ese no es tu problema, ni cree que lo sea nunca. Se siente muy satisfecha con salir con sus amigas y amigos a tomar una copa, o a cenar y le chifla ir con su hermana y amigas a los conciertos de Manuel Carrasco. De pronto se queda callada y hace un gesto de pequeña cogida en un pecado, ¿sabes cuál es mi sueño?….Ir a Nueva York y se ríe como la niña que es, a pesar de la edad que dice tener. Estamos terminando y le digo que qué le pide a la vida. SER LIBRE Y YO MISMA, me contesta. Me fundo en un tierno abrazo con ella y le miro por última vez a esos ojos que irremediablemente tengo que decir que me han enamorado.

Por Miguel Ángel Velasco