viernes. 19.04.2024
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Lola Reymundo. El dulce cromatismo de la retina

Lola Reymundo. El dulce cromatismo de la retina

Reymundo11En este caso el título de UNA VISITA INESPERADA ha sido totalmente cierto y oportuno. Las he buscado durante largo tiempo pero nunca tenía la oportunidad de poder hablar con ellas sobre el tema y cuando la he tenido no ha sido el momento. Me llamaba y me llama mucho la atención las figuras de Lola González Reymundo como mujer y de Lola Reymundo como pintora. Dos figuras paralelas como vasos comunicantes pero con personalidad propia una de otra. Para mi es en cierto sentido, el producto de una especie chocante de contradicción no contradictoria donde juegan muchas circunstancias ajenas y propias a la vida de nuestra entrevistada.

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Lola Gonzalez nace por circunstancias de las estructuras sanitarias de aquella España en Badajoz capital. Mero accidente. Su familia es toda de Almendralejo y nada más recibir el alta médica madre e hija toman rumbo hacia la capital de la comarca de Tierras de Barros, donde las esperan cuatro de los cinco hermanos actuales. Esa sabrosa y rica contradicción de Lola se deja ver pronto por simple genética, a partes iguales, de la sangre paterna y materna. También Almendralejos lo es; digo contradictoria. Esta tierra bañada de rica arquitectura postcolombina y llenas de palacios como los del Marqués de Monsalud, y que ahora es el Ayuntamiento; el de La Encomienda, en la calle Ricardo Romero; el de la Familia Flores o del Conde de La Oliva y el de los marqueses de La Colonia. Una tierra que suda romanticismo por todos los poros de sus viejas piedras y que como tal dio cobijo natal a Espronceda o a Carolina Coronada. Una tierra, que como digo, es capaz de mezclar un espiritualismo básico cargado de plateresco, barroco e isabelino con principios góticos, tiene a bien ser Capital Internacional del Vino y Sede del Consejo Regulador del “Ribera del Guadiana”. Pero para ser refinada y caprichosa es capaz de producir uno de los mejores cavas nacionales de una calidad extraordinaria. Y solo ella, Almendralejo, es capaz de tener una Plaza de Toros, datada de 1.834, junto a uno de sus más bellos parques, el de La Piedad, y que esta acoja en los bajos de los graderíos, a modo de bodega, conos de barro capaz de albergar 30.000 arrobas de vino.

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Cultura, enología y tauromaquia estos son los elementos que conforman el sentimiento de la pequeña Lola. Su padre, que para ella era una parte sustancial en su infancia y juventud, el aire fresco, renovado, innovador y culto como don natural de aquella Tierra de Barros sumida en el clasicismo clerical, en las rancias costumbres de una España añeja que creemos haber desparecido. Si ella escapaba por los campos y jugaba pore los riachuelos; si ella alzaba su pequeña nariz al cielo de las inmensas naves repletas de bocoyes distinguiendo el aroma de las distintas madres; si ella descubrió la pasión por la bravura y la estampa del toro en la soledad de la dehesa; si ella educó sus retinas ante el policromatismo que le ofrecía el cuadro de una corrida en la Plaza donde la plata y el oro se mezclaba con los tintes de las sedas, el rojo pasional de la sangre, el azabache de la res y el hormigueo del sentimiento y del miedo, porque el miedo también tiene color, se lo debe a ese padre que un mal día tuvo la desgracia de marcharse tras un accidente de tráfico, pero que ella lo conserva, su esencia, en la caja de Pandora de un cuadro y en la figura de Vito, la vieja niñera de la casa, que era la estampa humorística sacada de esas fincas extremeñas por Bardem y sus Escopetas Nacionales.

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Sin embargo, la rama Reymundo era el contrapunto al rincón soñador de las letras. Los ancestros de esta rama fueron todos personas de Ciencia, Desde el bisabuelo, Mariano Reymundo Arroyo, insigne Químico que levantó la Universidad de La Laguna, pasando por Manuel Seco Reymundo y terminando, en cuanto a antepasados de se refiere, con su abuelo, que fue médico de la marina Mercante y posteriormente ejerció en Almendarlejos. Su madre le inculcó los requisitos formales de la vida como la educación religiosa, los valores éticos y morales y todo aquellas pautas de una familia burguesa de principio de los años sesenta. Así que pronto fue la niña Lola González a recibir la educación académica de los Carmelitas en Villafranca de Los Barros hasta que realizó el C.O.U. en Los Jesuitas. La quinta de seis hermanos quiso demostrar que llevaba sangre de su padre por las venas y cuando se desvió de licenciaturas “serias y formales” como medicina, abogacía o química, anunció hasta la desesperación de su madre que quería hacer Bellas Artes. Hasta el padre confesor de la madre, jesuita él, tuvo que intervenir para hacerle comprender que de lo bello no puede salir nada malo.

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De manera que aquella chica rubia, bella, de esbelta figura y refinadas formas entra en la Facultad de Bellas Artes de la sevillana Univerdidad de Santa Isabel de Hungría aunque, eso si, de interna en un colegio de las Hermanas Esclavas, en la calle Cervantes. El hábito no hace al monje y aquella muchacha bien de Almendralejos se adaptó rápida y perfectamente con el ambiente progre y liberal propio en el mundo del Arte de entonces y de siempre. Abre los ojos a todo lo que ve, se empapa de la técnica pictórica, del uso de los colores, de las mezclas polícromas que se le antoja, de las conversaciones con compañeros veteranos y con profesores afamados que le hablan y dicen el cómo, el porqué y el cuando de la expresión artística, del dibujo y de la pintura. Cursó Diseño en la Universidad Menéndez Pelayo de Sevilla y en el 87 concluyó su licenciatura, pero tenía como objetivo poder vivir de la pintura. Pero durante el transcurso de esta licenciatura hay un hecho que podría haber significado un parón definitivo a sus sueños. A los 20 años conoce en Almendralejos, durante unas vacaciones, a un chico de Sevilla, que se encontraba en la localidad por cuestiones de negocios vinícolas, amigo de un primo suyo, del que se enamora y comienzan a salir. A los 25 años se casan una vez cumplido su deseo de terminar Bellas Artes, pero dejando lejos los sueños de crear, imaginar y soñar con el lápiz o la paleta.

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Y, por motivos del trabajo del marido, se vinieron a vivir a Huelva. En concreto, a la playa de Mazagón, de la que se enamoró. Lola G. Reymundo se convirtió en tonces en una madre de familia más, en una ama de casa como otra cualquiera y en una artista menos. Tuvo tres hijos, dos varones y la pequeña Lola. La educación de ellos y la enseñanza colmaron al principio sus motores vitales, pero una vez que fueron creciendo y tomando rumbos propios comienza a moverse en su interior el gusanillo dormido. Normales fueron las escapadas vespertinas hasta los montículos arcillosos de La Hilaria, perderse en su cima por las dunas móviles de finas arenas y contemplar el imponente mar a sus pies. Cuánta paz, cuánta imagen, cuánto color. La duda la roía y el sueño primigénio de años atrás volvía palpitando con fuerza.

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Un infarto de miocardio del marido le hace replantearse su vida. No podía pensar en quedarse viuda u otra circunstancia de la vida, como de hecho fue su posterior divorcio, le hiciera una persona dependiente. Era licenciada y preparó el CAP en el año 2.000, con la entrada del nuevo siglo, que aprobó ante la mirada un tanto irónica de su marido. Las casualidades de la vida hizo que un día paseando por Moguer viera un cartel demandando una monitora en pintura y se presentó. A pesar de ser un puesto, como muchos de los que se ocupan en el sector de la cultura de los entes locales, apetecible para muchos y con varios padrinos en sus respectivos curriculos, lo consiguió gracias al interés por sus pinturas y dibujos que demostró el entonces concejal de Cultura Francisco Guerrero. Allí lleva 15 años trabajando a diario con la misma o más ilusión que el primer día. Recicló su técnica, estudió los nuevos detalles y teorías sobre perspectivas, ángulos y colores. Se fue convirtiendo casi sin darse cuenta en la artista que siempre deseo ser. Con autonomía y personalidad propia. Y lo más importante el sentirse satisfecha de su labor didáctica y ver que las diferentes generaciones que fueron pasando por su taller la apreciaban, admiraban y, a la vez, ellos mismos se habían curtidos como posibles pintores.lola10La necesidad de estudiar los niños en la ciudad y un divorcio fueron las causas para que dejara Mazagón y se trasladara a vivir a Huelva. Comienza una etapa oscura y dura en Lola González donde apareció la mujer trabajadora, dura y fuerte que siempre estuvo con sus hijos educándolos, formándolos como personas y como grandes estudiantes que florecieron con inmensas licenciaturas y como grandes profesionales. Pero esencialmente buenos seres humanos. Pero Lola González nunca abandonó a Lola Reymundo que creaba por fuera lo que lloraba por dentro.

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Y el destino como el mar trae los rastro del naufragio a la orilla. Sigue trabajando en Moguer como monitora, pero ahora empieza a proyectarse como una profesional libre y cualificada. Dibuja, pinta al óleo, en acrílico, según trate la temática, y la gente empieza a conocer sus dibujos y a encargarle trabajos de retratos de sus hijos, propios y familiares, que le permiten salir poco a poco del pozo económico que le dejó la vida sin tener que pedir ayuda a nadie. Proyecta e idea, como digo. Y ese mar del ayer va dejando sobre la arena húmeda de los recuerdos sus aficiones por los toros y por el dibujo. Pensó que qué mejor que sacar cuadernos de exposición sobre dibujos de los diferentes artistas y directores que llegan a Huelva para acudir al Festival de Cine. Así lo hizo y en cada muestra se reveló como una artista del retrato con proyección y madurez. Pero no para ahí, no quiere parar de crear e imaginar. Recuerda los tiempos de su padre como empresario taurino y se va a la finca de Celestino Cuadri para empapar sus retinas de los colores del amanecer y del crepúsculo en la dehesa, La mirada altiva del toro cuando se percata de tu presencia, del elegante galopar cuando se aleja o de la fiereza guerrera al chocar la cornamenta contra los cuernos del rival rompiendo los silencios del atardecer, mientras los musculosos morros se hinchan de valor y potencia. Y para valiente ella, para creativa ella y para capacidad de ofrecer a la ciudad que tanto ama y tanto le ha dado, ella. Por eso, al igual que en el Festival del Cine, crea los cuadernos Ruedo Onubense. Maestros Toreros a Pié. Exposición de Dibujo que mañana día 29 de julio estarán presentes en el Pregón taurino de ¡Francisco Guerrero! Qué chica es la vida.

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El curriculo de Lola Reymundo es largo y rico. se me haría interminable ponerlo aquí, en esta especia de semblanza personal. Como se me hace imposible poner la maravillosa colección de cuadros, dijujos y pinturas que posee. Pero al menos vamos a citar su nominación en 2.010 al Premio Nacional de Pintura deJerez de La Fontera, en 2.011 en Carmona y el Premo Nacional de Pintura de Gibraleón en 2.015. Las exposiciones individuales y colectivas han sido tan numerosas e importantes que podríamos citar, a modo de ejemplo, las realizadas en la Escuela León Ortega en las Colombinas de Huelva o en el Hotel Tartessos para el Festival Iberoamericano de Cine, al igual que en la Casa Colón. También en Punta Umbría, Villafranca de Los Barros, Almendralejos, en Sevilla, en Moguer o en Badajoz.

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Y el espacio me dice que debo cerrar este artículo ya. Y lo quiero hacer plasmando una realidad irreal. Esta mañana por razones personales tuve que acudir a la Plaza de Toros de La Merced y en el interior de las oficinas me encuentro con mi amigo el periodista Paco Guerrero. Mientras llega el gerente de la Plaza salimos al patio de cuadrillas y paseamos por la sombra que nos ofrecía. Tras el burladero rojo el albero encendía color ocre dorado por el resplandor del sol mientras los graderíos permanecían mudos y desnudos aplastados por el calor. En un momento, sin dejar de mirar el cuadro, le dije a Paco que el día anterior había estado hablando de él contigo. Tras la primera sorpresa me dijo lo buena artista que eras y lo mucho que te estimaba. Yo tenía la cabeza en otro lugar y casi no le oía. Mi mente y mi retina tenían fijas la percepción de la lucha del torero y toro pintados por ti, de sus colores, en trazos cortos y los intentaba ubicar en un determinado lugar del coso. Y sé, Lola Reymundo, que dentro de unos días volverás a plasmar tu maestría en el aroma de la antigua Merced bajo la presencia testifical del Tendido de los Sastres. Gracias, artista.