miércoles. 24.04.2024
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Opinión

Lo 'rural'

Asómbrense, queridos lectores, para la Real Academia de la Lengua, una de las acepciones del término “rural” es “inculto, tosco, apegado  a cosas lugareñas”. Por el contrario, para el término “urbano”, la cosa se dulcifica,  ya que para estos sabios del lenguaje la definición del mismo es  “cortés,  atento, de buen modo”. Ignoro en que basan los argumentos para tales definiciones, pero sean los que sean,  están muy equivocados. Soy de pueblo, y me enorgullezco de serlo, tal vez por eso, para estos ilustrados del lenguaje, soy inculto y tosco pero no saben,  porque estos señores y señoras no suelen pisar los “empedrados” y están más habituados a las moquetas, que la palabra ”rural” es hoy sinónimo de calidad, de biodiversidad, de patrimonio etnográfico y cultura, de estupenda gastronomía, de tradiciones que se remontan a siglos pasados y de una calidad humana extraordinaria. Es más, me atrevería a decir que precisamente lo “rural” distingue y engrandece cualquier destino turístico, cualquier producto agrícola, cualquier espacio natural o cualquier hecho cultura que se precie. Hoy lo “rural”, estimados académicos, es vida, naturaleza, paz, sensatez, gusto por lo auténtico, todo lo contrario de los que ustedes en su diccionario reflejan, con muy mal gusto por cierto. Observen que dejo la definición de “urbano” a un lado, porque no es el tema de estas líneas, pero ya volveré a él para realizar una reflexión en voz alta como esta que ahora hago sobre lo “rural”.  Hoy la vida está muy acelerada, vamos con prisas a todos lados, no nos detenemos a pensar en el porqué de las cosas, ni, a veces, sabemos apreciar el verdadero “sabor” que encierran unas papas auténticas , unos buenos tomates de huerta, un jamón de pata negra o unas castañas de árboles centenarios. Hoy, al contrario de lo que piensan en la RAE, hay cada vez más gente que sabe apreciar y valorar  una tarde de verano a la sombra de un tilero, o un castaño de indias,  algo que no tiene precio ni puede ser obviado. Escuchar el murmullo de una fuente, observando el vuelo de la cigüeña que reside en lo alto del campanario, mientras se disputa una partida de dominó, degustando un buen trozo de panceta con unos tomates, ya me dirán ustedes en que catálogo lo encontramos. Pasear al amanecer, acompañando a los hortelanos que se dirigen a sus huertas a regar o a ver cómo evolucionan las papas, comentando las incidencias climatológicas y conociendo sus predicciones futuras, es empaparse de cultura ancestral, heredada de padres a hijos.  No es raro encontrar a pintores que plasman en sus lienzos imágenes de nuestro pueblo, o a escritores que en lugares de enorme recorrido histórico, como el camino de Maiguerra, La Venta, la Era o la Verónica, ponen a danzar su pluma para crear pura poesía. Y qué decir de los fotógrafos, de los que soy un humilde aprendiz, que con sus cámaras recogen momentos y lugares que quedarán para siempre en nuestras retinas y corazones. Lo rural es de verdad, sin aditamentos, y no lo digo yo, lo dicen también las personas que nos visitan del mundo “urbano”, que ya saben que son más corteses y atentos que nosotros, según la RAE, que encuentran aquí un buen mosto, un buen jamón, unos buenos productos de huerta, unas castañas y nueces exquisitas, unas manzanas con sabor a campo, unas fuentes y manantiales de ensueño y una gente buena, con un corazón enorme, que tienen a gala tener siempre sus puertas abiertas y sus brazos extendidos para acoger en ellos a nuestros queridos/as veraneantes. Sí, amigos/as, vengan a lo rural, de esa forma vivirán, lo otro, como que no es vida. ¿o no?

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